En septiembre de 1846, una bandera verde con un arpa dorada y la leyenda Erin Go Bragh (“Irlanda por siempre”) ondeaba en Monterrey, Nuevo León. Al frente estaba John Riley, inmigrante irlandés que había desertado del ejército de Estados Unidos para sumarse a la causa mexicana. Así nació el célebre Batallón de San Patricio que luchó del lado mexicano contra la invasion estadounidense de 1846-1848.
Su origen se remonta indirectamente a la gran hambruna que devastó Irlanda en la década de 1840, potenciada por la opresión inglesa. Miles de irlandeses huyeron hacia Norteamérica con la esperanza de encontrar prosperidad. En su lugar hallaron miseria y discriminación. Católicos en un país mayoritariamente protestante, eran tratados con desprecio, incluso dentro del ejército. El maltrato, sumado a la convicción de que la guerra contra México era injusta, empujó a muchos a desertar y unirse a las filas mexicanas.
Riley cruzó de bando antes de la declaración formal de guerra, en abril de 1846. Por ello no fue ejecutado, aunque recibió cincuenta latigazos y fue marcado en la mejilla con una “D” de desertor. Otros no corrieron la misma suerte. Quienes desertaron ya con la guerra en marcha fueron considerados traidores y castigados con la máxima severidad.
El Batallón combatió en Monterrey, Buena Vista, Cerro Gordo y, finalmente, en Churubusco. Allí, el 20 de agosto de 1847, resistieron durante tres horas hasta quedar rodeados. De los 85 capturados, 72 fueron sometidos a consejo de guerra. Cincuenta recibieron la sentencia de muerte.
Los San Patricio fueron colgados en tres lugares distintos. Dieciséis en San Ángel, el 10 de septiembre; cuatro en Mixcoac, el 11; y treinta en las lomas de Tacubaya, el 13 de septiembre. No se eligió la fecha al azar. Los prisioneros murieron en el instante en que la bandera estadounidense reemplazaba a la mexicana en lo alto del Castillo de Chapultepec. Una humillación calculada, un último castigo. “Para que esa sea la última imagen que vean antes de irse al infierno”, se dice que sentenció el general Scott.
Riley sobrevivió y murió en Veracruz hacia 1850, cargando con las cicatrices y con la tristeza de ver que el país por que había luchado, estaba consumido por el egoísmo y ambición de sus políticos.
A los irlandeses ejecutados en San Ángel, se les enterró en el atrio de la iglesia de Tlacopac, donde una sencilla cruz irlandesa recuerda el hecho. ¿Conocen el lugar?