El éxito de la narrativa populista, en México y el mundo, se sustenta, y lo ha hecho a lo largo de la historia, en las carencias reales de la sociedad. Crisis, inestabilidad económica, pobreza, inseguridad, desigualdad, marginación, injusticia, corrupción, deficiencias en salud y educación —y una larga lista— son hechos aprovechados por el relato de carismáticos líderes para ofrecer mejoras y cambios drásticos en los modelos socioeconómicos y políticos que llevarían a la población a supuestos mundos idílicos de progreso.
El común denominador es que las repetidas promesas de cambio no se cumplen, en gran medida por la poca capacidad de quien las hace y porque en realidad nunca pensaron cumplirlas, exhibiendo así su verdadera motivación: alcanzar el poder para luego concentrarlo. En casi todos los casos, las transformaciones resultan en grandes retrocesos para las naciones y en cambios de regímenes a unos de menos libertades, pluralismo y derechos para la sociedad.
Este primero de septiembre entraremos en una dimensión desconocida. La Reforma Judicial del expresidente López Obrador, justificada en una cruda realidad ciudadana —un sistema de justicia deplorable e inaccesible para la mayoría— ha sido consumada. Los nuevos jueces, magistrados y ministros tomarán posesión de sus cargos para los que fueron popularmente electos en una de las elecciones más fraudulentas de las que se tenga registro en los últimos lustros y, en días pasados, avalada por la indigna mayoría de un Tribunal electoral, apéndice ya del régimen.
La captura de lo que quedaba del Poder Judicial se está llevando a cabo tal como planeó su diseñador, al menos, en lo que más le interesaba.
Los principales yerros del sistema judicial mexicano no se corregirán con la reforma, por el contrario, acelerarán su deterioro, más ahora que las instituciones del Estado han sido debilitadas, exprimidas en sus recursos o dinamitadas por quienes ostentan el poder. Un triunfo para un hombre —y sus caprichos— se convierte hoy en una victoria pírrica para la presidenta Sheinbaum y para México.
Al igual que en La Dimensión Desconocida, serie de fantasía —con un audaz mensaje sobre la realidad social y política estadounidense— creada en 1959 por Rod Serling, el final de esta historia puede ser uno inesperado. El pronóstico, sin embargo, no es alentador. Aunque el suspenso prevalece, en el fondo —y en uno no muy profundo— sabemos que, ante la frontal evidencia, el desenlace será un sistema judicial peor al que teníamos, que generará no solo mayor indefensión a la sociedad y pérdida de derechos, sino también serias afectaciones en materia económica, financiera, de seguridad nacional y bienestar social.
No obstante, como planteaba el programa televisivo: todo puede pasar. Ojalá que atestigüemos un giro inesperado que resulte sorpresivamente positivo y, al final, nos demos cuenta de que el diagnóstico y los augurios de quienes conocen a profundidad el tema —así como de quienes tanto criticamos la reforma— resulten equivocados, aunque esto sí sería una extraordinaria, nunca vista, historia de ciencia ficción.
@isilop