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Por Eduardo López Betancourt

Parteaguas en los conflictos

En la ciudad de Oaxaca se conserva un inmueble en el que, se asegura, vivió algunos años el prócer Benito Juárez.

Bien sabemos que un indígena logró, gracias a su preparación y capacidad, dejar una huella indeleble en nuestro País. No se concibe la Nación mexicana sin la impactante presencia de Juárez. Fue un parteaguas en tiempos de grandes conflictos y vacíos ideológicos. El hombre de Guelatao, drástico, radical y definitivo, acabó con sueños imperialistas e impulsó un sistema legal que, hasta hoy, seguimos respirando, aunque se ciernen severos nubarrones sobre el Estado de derecho.

Oaxaca y todo México se han entregado a los principios juaristas, y es un alto honor para Oaxaca contar con él como hijo predilecto. Por eso resulta dramático el poco interés que existe por cuidar lo que se denomina el Museo de la Casa de Juárez. Bajo resguardo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el lugar no ofrece prácticamente nada: algunas fotografías sin sentido, muchas ajenas a la época de Juárez, apenas dos o tres imágenes del oaxaqueño y un busto que poco se le parece.

Peor aún, el personal del INAH permanece inactivo. Confirmamos que pocos asisten y, al final, se convierten en simples aviadores.

Lo que menos debería faltar en esa casa es la referencia a la inmensa cantidad de leyes que Juárez promovió, en especial la que marcó la separación del Estado y la Iglesia. Igualmente, su participación en el Plan de Ayutla, cuando se presentó humildemente a colaborar con el general Juan Álvarez, muestra la grandeza de su papel en la historia. Por ello, la casa dedicada a su memoria merece ser más digna y relevante.

Cierto es que el INAH atraviesa una grave crisis, pero eso no impide hacer un esfuerzo, incluso de bajo costo, para rendir verdadero homenaje a quien tanto nos ha legado.

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