El espejo de agua más grande de El Salvador se convirtió en un tapiz verde. Más de mil 270 toneladas de lechuga acuática (Pistia stratiotes) cubren amplias zonas del lago Suchitlán, sofocando la pesca artesanal, ahuyentando al turismo y poniendo en jaque a uno de los humedales más importantes de Centroamérica.
El embalse, de 13 mil 500 hectáreas y nutrido por el río Lempa, construido en 1976 para abastecer a la central hidroeléctrica Cerrón Grande. En 2005 fue declarado humedal de importancia internacional por la Convención Ramsar, hogar de aves migratorias y rica biodiversidad. Hoy, sin embargo, la postal idílica está oculta bajo un manto que crece alimentado por un fertilizante invisible, la contaminación.
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Ríos y quebradas arrastran hacia el Suchitlán metales pesados como arsénico, plomo y aluminio, que actúan como abono para esta planta invasora. “Es como echarle fertilizante al agua”, explica la bióloga Cidia Cortés. El viento y las lluvias recientes han acelerado su expansión, bloqueando la navegación y el acceso de los pescadores. “Tenemos diez días sin poder entrar al lago”, lamenta Felicito Monroy, lanchero de 65 años.
AFP
El impacto económico es inmediato. Restaurantes y servicios turísticos están al borde del colapso. “La gente viene, ve y se va. No hay paseos, no hay consumo”, resume Johnny Anzora, mesero de un local ribereño.
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Cinco barcazas dragadoras intentan contener el avance. Hasta ahora han despejado 6.3 hectáreas, apenas una fracción del embalse. Las autoridades de El Salvador saben que retirar la planta no basta, pues mientras el río siga llevando aguas contaminadas, la invasión regresará.