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Por Eduardo López Betancourt

En la actualidad, las relaciones humanas se han vuelto más complejas. Los problemas, los conflictos y, en general, el ritmo acelerado de la vida provoca rompimientos constantes. Lo vemos en los negocios y en las relaciones familiares.

Es difícil que unos socios se mantengan unidos por muchos años; intrigas, desconfianza y, sin duda, abusos suelen desembocar en la disolución. No pocas veces, esto deja como saldo un profundo rencor entre quienes en el pasado compartieron experiencias gratas y productivas. Algo similar ocurre en el medio artístico: de pronto, un grupo logra gran éxito y, pocos años después, se separa en medio de desacuerdos, olvidando sus mejores momen-tos. Claro está que existen excepciones tríos y agrupaciones musicales que permanecen unidos durante décadas, pero no es lo más habitual.

Ese mismo fenómeno se presenta con frecuencia en los matrimonios. Es común que, a los dos o tres años de casarse, muchas parejas se separen; lo que fue amor se convierte, a veces, en odio. En los tribunales, ambos exponen sus rencores y todo aquello que fue grato se transforma en una auténtica guerra, en la que participan familiares e, inevitablemente, los hijos. Raros son los divorcios que concluyen de forma cordial, con razón, prudencia y buenos modales.

Lograr que un matrimonio dure 10 años ya es poco frecuente; superar los 30 años es, sin duda, un ejemplo digno de reconocimiento. En estos casos, cualquier separación resulta incomprensible: después de atravesar juntos tantos retos, pensar en el divorcio carece de sentido. Aquí debe prevalecer la prudencia y, sobre todo, la comprensión mutua. Ambos deben entender que es poco probable encontrar mayor felicidad tras una separación.

A los matrimonios ejemplares hay que brindarles amplias felicitaciones y fomentar su unidad. Familiares, amigos y, especialmente, los hijos quienes en ocasiones indebidamente toman partido y hasta presionan para decisiones equivocadas deben valorar y apoyar esas uniones. Los matrimonios duraderos contribuyen a una sociedad más sana, merecen buenaventura y las más sinceras congratulaciones.

En esos casos los hijos, son los primeros que deben contribuir a la unidad de sus padres y no ser causa de la separación.

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