Da gracias por todo, porque todo es un maestro
Eckhart Tolle
En el incesante vaivén de la vida, el ser humano se enfrenta a tormentas de toda índole: materiales, sentimentales, físicas y espirituales. Surgen problemas que parecen no tener sentido ni remedio. A veces es la falta de dinero, otras la salud que se resquebraja, una traición inesperada o el abandono de un amor. Hay días en que la sombra de la envidia ajena se cierne sobre nosotros, y las relaciones que creíamos firmes se vuelven nidos de tensión y desgaste. Todo parece conspirar para rompernos… y, sin embargo, incluso en medio de esa oscuridad, hay motivos para agradecer.
La vida, en su sabia paradoja, nos da y nos quita, pero siempre enseña. Pagar impuestos puede parecer injusto, pero implica que hubo ingreso, movimiento, fruto. Tal vez la pareja no es perfecta, ni la familia ideal, pero existe ese vínculo que también contiene aprendizaje y compañía. Incluso cuando las relaciones se rompen, cuando alguien nos traiciona o toma otro camino, es una forma en la que la vida nos allana el sendero. La enfermedad que nos arrebata la tranquilidad también nos puede devolver la humildad, la valoración de lo esencial. Cuando perdemos un vuelo o no hay lo que queremos en el menú, tal vez se nos esté evitando algo mayor, o simplemente nos esté enseñando a soltar el control y practicar la gratitud por lo que sí hay.
Estas situaciones no aparecen como castigo, sino como parte del misterio mayor del crecimiento humano. Aparecen cuando más necesitamos despertar del letargo de la costumbre, cuando el alma pide un giro, cuando algo dentro de nosotros ya no puede vivir de la misma manera. Viktor Frankl, superviviente de los campos de concentración y creador de la logoterapia, escribió que “el hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida”. Y ese sentido a veces florece en medio del dolor.
Ante estas pruebas, el corazón se siente confundido, herido, agotado. Pero es precisamente en esos momentos cuando debemos volver al silencio interior, a la oración, al contacto con la parte de nosotros que no depende de las circunstancias. Actuar desde la consciencia, no desde el impulso. Observar sin juicios. Respirar. Agradecer. Porque nada llega sin razón, y nada permanece sin propósito.
Afrontar estos momentos implica rendirse sin resignación, aceptar sin caer, agradecer sin entender del todo. Ver el caos como parte del orden mayor. Encontrar belleza en lo inacabado. Elegir responder con amor incluso cuando no hay amor. A veces el mayor acto de fe es sonreír con el corazón roto y dar gracias con las manos vacías. Y observe usted que no le estoy hablando de crecimiento, de trascender sus fases oscuras, porque, aun cuando es importante, no están ahí para eso. Son parte de nosotros, no algo que llega, pero no debería haberlo hecho.
Con eso de que nos encontramos en la época de la dictadura de la luz, que permea redes, coaching, wellness y espiritualidad pop, el caos, la confusión, la incertidumbre, la tristeza, el enojo, el conflicto, el dolor, quedan fuera del discurso validante, si no son útiles, únicamente, para sobreponerse valientemente a ellos en la épica emocional del posmodernismo, en la que la oferta de complacencia excesiva del ChatGPT es producto de la demanda. El sistema aprende que eso es lo que la mayoría quiere.
Pero al final, la vida es una danza entre el dolor y la dicha, entre el tener y el perder. Y cada paso, incluso los más torpes, nos llevan a una comprensión más profunda de nosotros mismos. No hay tormenta que no escampe el alma, ni pérdida que no purifique.
Agradezca. Agradezca todo. También el caos. Porque allí, donde parece no haber luz, está germinando la semilla de una nueva claridad. Y esa es la más silenciosa, pero también la más sagrada, de las bendiciones.
@F_DeLasFuentes
delasfuentesopin@gmail.com