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Como lo dicta la tradición, cada 28 del mes, la explanada del templo de San Hipólito se transforma, el concreto se tiñe de verde, dorado y morado, colores de San Judas Tadeo; mientras cientos de fieles, muchos con túnicas, estampas y figuras en brazos, hacen fila no sólo para ver al santo, sino para cumplir una promesa hecha desde el corazón.

El humo del copal se mezcla con el aroma de las flores frescas y el sudor de quienes han llegado caminando desde lejos. A un costado del exconvento, las banquetas se vuelven altares improvisados donde se reparten galletas, dulces, paletas y hasta bolillos. No es limosna: es agradecimiento.

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“Todos los 28 yo doy rosas, galletas, flores… a veces traigo unos veinte churros y pulseritas como las que estaban dando ahorita”, comentó Yolanda Bárcenas, en entrevista con 24 HORAS.

La devota compartió que las mandas no se centran en su devoción, sino en algo más profundo: la de la fe que devuelve multiplicado lo que se entrega sin esperar nada a cambio. “Aunque no tenga mucho dinero, luego él (San Judas) te gratifica… te da vida y trabajo”, señaló.

Fe dadivosa

Los regalos, explicaron los fieles, son ofrendas por favores recibidos, como la recuperación de un ser querido, un embarazo sin complicaciones, encontrar empleo y la salud.

Guadalupe Gabriel comparte esa devoción. Desde hace diez años, acompañada de su familia camina desde Atizapán, en el Estado de México, al templo de San Hipólito el 28 de octubre. Y cada mes repite el trayecto, no por castigo ni penitencia, sino por gratitud.

“Yo doy pulseras, lo hago de corazón y él me da más… Todos los años me vengo caminando el mero 28 de octubre y cada mes vengo a regalar paletas, pulseras, por darme un mes más de vida, trabajo y salud”, externó.

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Mireya Martínez, originaria de Tepeji del Río, en Hidalgo, reafirmó que esta fe no sólo se vive, se regala: “Lo que tú das, San Juditas lo multiplica”.

San Judas una fe familiar

La devoción, dijo, le fue enseñada por su padre y hoy, la transmite a sus hijos y nietos que la acompañan en su peregrinación para “enseñarles esta emoción, estas creencias y no se pierdan.”

Por otro lado, algunos comerciantes aseguran que hay personas que merodean el templo sólo para recibir los regalos, sean creyentes o no y advierten a los devotos para que “ya no den”, pero pocos pueden negarse.

Así, entre rezos, flores, lágrimas discretas y gratitud compartida, pasa otro 28 en San Hipólito. Porque en esta esquina del centro de la ciudad, el milagro no solo es el favor concedido: es la fe que camina, regala y agradece.

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