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El Doctor Patán estaba preocupado por el futuro del movimiento, debido a los descuidos de mi Adán con el secretario-Barredora (me rompe el corazón que lo hayan engañado así), los videos del doctor Monreal en traje de baño –don Ricardo: fraternalmente, nunca más, por el bien de todos– y las amenazas de Trump a las líneas aéreas, cuando, como siempre pasa con la 4T, llegó la esperanza.

En este caso, fue de la mano de mi Luisa, que anunció una nueva transformación del modo de hacer política y de las conciencias, todo a la vez. Se llama “El Día del Pueblo” y consiste en que los presidentes municipales, un día a la semana, se desprenden de la silla de mando en el edificio del ayuntamiento, posponen una hora la cita en el restaurant, se quitan la corbata y el saco, se arremangan la camisa y salen a hablar con el pueblo bueno, para escuchar sus necesidades. Sus demandas. Sus recomendaciones.

A los fachos les digo: esto es la democracia popular, pinches moralmente derrotados. Así nos lo enseñó nuestro líder histórico, el Exquinto Presidente más Popular del Mundo (EQPMPDM), y así lo ejecutaremos. De hecho, estoy planeando hacerlo así en los próximos días. Sé que, obvio, no soy un presidente municipal, pero creo que el llamado de la camarada Luisa es extensivo a todos los líderes políticos y morales del movimiento, y, la verdad, me parece que entre estos últimos, después de todos estos años de proselitismo, de compromiso explícito, sí me encuentro.

Me estoy viendo. Sin saco, para propiciar la cercanía con los menesterosos, camisa de lino si hace calorcito, pantalón a juego (no shorts, a pesar de que, con todo respeto, tengo piernas más torneadas que el prócer de Fresnillo), lentes oscuros, puro en mano, me doy una vuelta por la colonia para ver si las bases, el pueblo, la masa rebelde de Anzures-Polanco, tienen alguna inquietud que compartirme que sobre los parquímetros, que sobre los parques, que sobre los perros que ladran sin parar, que sobre las terrazas.

Luego de una buena caminata por, digamos, Masaryk, me siento en una terraza, pido un whisky y un cenicero para lo que queda de puro y, mientras leo en el iPad sobre lo que pasa en este país que renace de sus cenizas gracias al EQPMPDM, recibo gentilmente a la gente que decida acercarse para escuchar lo que tenga que decirme.

Es lo mío: el sagrado olor del pueblo, que le llamaba algún protagonista de la historia patria (les encargo el dato, estimados lectores). Luego, porque no hay que exagerar, en coche a casa.

 

    @juliopatan09

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