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La comunidad haitiana en EU enfrenta una ola de miedo y ansiedad ante la inminente cancelación del Estatuto de Protección Temporal (TPS), medida anunciada por la administración de Donald Trump que amenaza con deportar a unos 500 mil beneficiarios. Este estatuto, otorgado tras el devastador terremoto de 2010 en Haití, fue un salvavidas para que miles reconstruyeron sus vidas.

“Vine aquí en busca de refugio y ahora quieren echarme”, lamenta Clarens, haitiano amparado por el TPS desde 2024. Su testimonio, anónimo por seguridad, refleja la inquietud de miles que residen en ciudades como Miami y Nueva York, donde ICE intensificó su presencia. 

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Aunque un tribunal de Nueva York bloqueó temporalmente la revocación, expertos como la abogada haitiano-estadounidense Stephanie Delia temen que el amparo sea efímero. “Hablamos de personas que durante 15 años confiaron en una protección que hoy se desvanece”, advirtió.

En junio, Washington incluyó a Haití en la lista de países cuyos ciudadanos no pueden ingresar a EU, agudizando el aislamiento. En barrios como “Pequeña Haití” de Brooklyn, el miedo paraliza: fieles dejan de ir a misa y pacientes evitan acudir al médico. Una clínica reportó una caída de 300 a apenas 30 consultas diarias entre beneficiarios del TPS.

La angustia

Guerline Jozef, directora de Haitian Bridge Alliance, relató el caso de una mujer que vive en “angustia total” por temor a ser separada de su hija. Pascale Solages, activista, advierte que quienes pierdan su estatus “ya no podrán trabajar ni pagar renta; terminarán en la calle”.

Muchos ya optan por huir a Canadá. En Montreal, la organización Maison d’Haiti reporta entre 10 y 15 nuevas solicitudes diarias de haitianos provenientes de EU. Tan solo en la primera mitad de 2025, más de ocho mil personas cruzaron irregularmente la frontera hacia Quebec, el doble que en 2024.

Volver a Haití es impensable. El país vive una espiral de violencia; más de tres mil asesinatos fueron documentados en seis meses, y las pandillas controlan barrios enteros. “Mandarnos allí es como mandarnos al matadero”, concluye Clarens. 

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