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Mientras la guerra de Rusia en Ucrania se acerca a los tres años y medio, Corea del Norte se ha convertido no sólo en proveedor de armas del Kremlin, sino también en co-combatiente, prometiendo “apoyo incondicional” a todas las acciones rusas. La semana pasada, durante una visita de tres días del canciller ruso, Serguéi Lavrov, a la ciudad costera norcoreana de Wonsan, Kim Jong-un reafirmó su lealtad a cada decisión de Vladímir Putin, a quien considera “defender la dignidad y los intereses fundamentales de su país”.

La profundización de la alianza, cimentada con un pacto de defensa mutua firmado en 2024, ya no es simbólica. Inteligencia ucraniana y fuentes occidentales señalan que Pyongyang ha desplegado más de 13 mil soldados en territorio ruso, principalmente en la asediada región de Kursk. Según CNN, hasta 30 mil tropas adicionales podrían unirse a las filas rusas en los próximos meses.

El respaldo material de Corea del Norte no es menor: más de 12 millones de proyectiles, más de 100 misiles balísticos y miles de piezas de equipo militar han sido enviados a Rusia, compensando la escasez en la producción putinista. A cambio, se cree que Pionyang recibe no sólo un pago financiero, sino también acceso a tecnología rusa avanzada, posiblemente incluyendo sistemas de misiles y drones, algo que alarma a Seúl y Washington.

Aunque la inteligencia militar de Kiev duda de la cifra de 30 mil soldados en camino, sí confirma que Pionyang enviará seis mil efectivos para reconstruir el territorio ocupado por Rusia. Imágenes de Sergeevka y Kursk muestran a soldados norcoreanos en combate y en trincheras, reafirmando su integración en la guerra de conquista rusa.

Las motivaciones de Kim son tanto ideológicas como transaccionales. La visita de Lavrov coincidió con la inauguración de un lujoso complejo turístico en Wonsan, ahora promovido como destino para visitantes rusos. Pero la implicación más amplia es militar: Kim ve a Ucrania como un frente indirecto en su propio enfrentamiento existencial con Occidente.

La alianza ha generado advertencias en toda Asia. Estados Unidos, Corea del Sur y Japón han intensificado sus ejercicios conjuntos cerca de la península, que Pionyang condena como provocaciones. Mientras tanto, el presidente surcoreano Lee Jae-myung enfrenta la difícil tarea de navegar entre la confrontación y la conciliación. Sin embargo, ni la “línea dura” ni la diplomacia comercial parecen capaces de separar a Pionyang de la maquinaria bélica de Moscú.

 

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