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Manual oxidado para no hacer terapia

Por El Minotauro

Dicen que cuando no se tiene dinero para ir a terapia, se tiene El caballero de la armadura oxidada. Y vaya que sale caro. No por el precio del libro, que con suerte viene gratis con una compra mínima de autoayuda en alguna tienda de libros usada, sino por los efectos secundarios que deja: confusión emocional envuelta en moralejas de pan tostado.

Esta fábula disfrazada de iluminación personal es, quizá, uno de los ejemplares más célebres del boom noventero de psicología barata. Y eso no sería un problema si no fuera por el hecho de que muchos lo siguen recomendando como sustituto de un proceso psicoterapéutico. Como si hablar con ardillas, llorar con una pajilla y enfrentar a un dragón de gas butano fuera equivalente a revisar los traumas infantiles, el narcisismo estructural o el lugar del deseo en la economía psíquica.

Veamos: el caballero de marras está tan obsesionado con su propia imagen de “bueno, generoso y amoroso” que termina atrapado, literal y metafóricamente, en una armadura que no puede quitarse. Su familia no lo soporta, su hijo no lo reconoce, su esposa se consuela con el vino —¡oh sorpresa!— y el tipo no puede ni cenar sin parecer un Transformer deprimido. Hasta aquí, todo bien. Podría haber sido una interesante alegoría del narcisismo defensivo. Pero no. El libro opta por el camino más empalagoso: el “viaje interior” contado con rimas del bufón de la corte y animales que, si hablaran de verdad, hubieran pedido una orden de restricción.

El tono es infantil, pero el problema es adulto. Porque cuando en lugar de enfrentar las preguntas complejas de la vida preferimos seguir fórmulas místicas, llaves doradas, castillos de la voluntad y magos que aparecen para darte un mensaje estilo galleta de la suerte, lo que hacemos no es sanar: es tapar el síntoma con brillantina espiritual.

¿Y qué aprende finalmente nuestro oxidado protagonista? Que las lágrimas auténticas curan, que el amor propio lo es todo, y que el universo te ama si tú te amas a ti mismo. Una receta de coaching emocional servida con narrativa medieval. Lo que Freud llamaría un acting out, pero con florecitas.

Este tipo de libros funcionan como lo hace un sedante: te tranquilizan momentáneamente, te hacen llorar un poco (si estás en una crisis existencial con baja presión emocional), y luego te dicen que el dragón eres tú, que la respuesta está en tu interior, y que si te sueltas de la roca, caerás hacia arriba. Todo menos mirar de frente la historia familiar, los mandatos sociales, las pulsiones contradictorias y la repetición del goce. Porque, claro, eso no cabe en una fábula de 100 páginas con moraleja para cada capítulo.

Pero no todo es culpa del pobre caballero. El libro es un producto de su época. Salió en ese momento en que las emociones se convirtieron en mercado, el “autoestima” en religión y el “viaje interior” en negocio. Años 90, cuando ser “tu mejor versión” era más importante que ser. Cuando la profundidad se confundía con metáforas recicladas y la salud mental era el nuevo accesorio para verse bien en la vida.

Ahora bien, si este libro fuera presentado como lo que es —una fábula pedagógica para adolescentes que necesitan una sacudida simbólica leve—, no pasaría nada. El problema es cuando se recita como doctrina en talleres de crecimiento personal, cuando se usa como herramienta de intervención en sesiones de coaching o cuando se lo pone como lectura obligada a adultos en duelo o crisis emocional. Porque ahí es donde la psicología barata hace más daño: donde promete sanación sin conflicto, insight sin análisis, y transformación sin atravesar el deseo.

Así que, querido lector, si estás atravesando un momento difícil y alguien te recomienda El caballero de la armadura oxidada, sospecha. Quizá esa persona nunca pisó un diván. O peor: cree que lo hizo montado en un caballo, con una armadura brillando al sol de la positividad tóxica.

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