Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) es —sobre todo, digo yo, quizá por la hondura y la preferencia— poeta (acaso por culpa de Anne Carson y de la ciencia), pero también es una traductora excepcional —léase lo que hizo con Cielo nocturno con heridas de fuego del poeta vetnamita Ocean Vuong—, asimismo cuentista (El libro de las costumbres rojas, Elefanta, 2023) y en último tiempos, novelista.
Es, con el afán de respetar la multiplicidad, todas las cosas al mismo tiempo. Malacría (Sexto Piso, 2025), su primera novela, es, probablemente, la consolidación de todas esas partes que, finalmente, la hacen ser una autora.
(No cabe duda de que este libro es, según la categorización y las formalidades, una novela en todo su esplendor; sin embargo, Elisa, poeta al fin, plaga sus textos de trazos poéticos que remiten a ese origen de versos pletóricos.)
“Herida intergerneracional”
“Me interesaba preguntarme cómo un pasado que ni siquiera conocemos, nos determina y nos cambia para siempre”, cuenta la también autora de Proyecto Manhattan sobre el punto de partida de la novela.
“Por ello quería escribir una historia intergeneracional. Donde estuviera la abuela, Cecilia, la madre, Perla, y la protagonista, Ele. Que se fuera revelando poco a poco una historia, un trauma en el trasfondo, y preguntarme cómo ese trauma es una herida que las atraviesa a todas. Es una herida que se hereda, la noción de una cicatriz que surge una y otra vez y no encuentra manera de desaparecer”, cuenta.
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En el fondo, empero, había algo primordial: “la herida intergeneracional”. Sí en el trabajo obvio desde la perspectiva única de las generaciones, pero también desde una búsqueda concreta, dice Castelo, como es la desaparición de Perla, madre de Ele, y la búsqueda que organiza esta última con Jenny, la novia de la madre, y Valeriana, una perrita en silla de ruedas.
“Tenía esa búsqueda muy concreta, y, simultáneamente, la novela también tiene una búsqueda hacia el pasado, e incorpora diversos tipos de textos narrados por otros personajes”, detalla.
Géneros literarios, cosa extraña
“La naturaleza de la literatura, o al menos de la literatura que más me gusta, es (que es) desobediente”, apunta la también cuentista sobre esa hibridación genérica de Malacría (y de su literatura en general), “siempre me ha interesado la literatura híbrida, la que va más allá de los géneros literarios, o la que se deja contaminar por otros géneros”.
“Me interesa la poesía que tiene elementos narrativos, la poesía que juega con la dramaturgia –como intenté hacer en Proyecto Manhattan– y también la narrativa que tiene una tensión con el lenguaje que solemos vincular con lo poético, como por ejemplo lo que escribe Virginia Woolf o John Banville”, explica.
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Al tiempo que elucubra su respuesta, en medio del ruido del lugar que nos acoge, parece encontrar otra arista de la reflexión.
“Creo que la noción del género literario es un artifcio que se ha ido solidificando a lo largo de muchos siglos, pero que no existe como tal y no tenemos por qué obedecerlo”, espeta. “Creo que es importante siempre escribir obedeciendo al propio instinto, y mi instinto es detenerme mucho en el lenguaje, en la elección de palabras, en el ritmo, en la imagen y creo que debo de hacerle caso a eso porque es lo único que tenemos los escritores y las escritores”.
Elección del lenguaje
Es vital hallar el equilibrio, dice la también autora de El reino de lo no lineal. “(Entre) el misterio de la trama, la búsqueda de la madre y esa historia concreta, y la atención por el lenguaje y por la imagen. Fue todo un reto”, confiesa.
“No quería que fuera una novela ininteligible para los lectores, o extremadamente confusa, sino que pudiera ser leída y disfrutada pese a los temas duros que trata de fondo.
“También por eso quería crear esta otra parte de la búsqueda de la madre, que fuera muy concreta, una especie de clave a tierra, con personajes que por momentos pueden tener intercambios ligeros y con la presencia sanadora de los perros, de Valeriana, específicamente, que es una perrita con una personalidad muy peculiar y muy mal aliento”, confiesa entre risas.
Memoria
Previamente Díaz Castelo decía que “la novela tiene una búsqueda hacia el pasado”. Naturalmente, la reflexión desemboca en la memoria. Pero también está el retrato de la desaparición de una mujer desde una perspectiva que escapa al tropo literario habitual y se aleja también de la apabullante realidad.
“Me interesaba preguntarme por los mecanismo peculiares y un tanto fantasiosos de la memoria”, cuenta la autora.
“Por eso uno de los personajes, la abuela Cecilia, habita una frontera entre ser una mujer con demencia senil, pero también ser una mitómana redomada. Sus historias y la forma en que ella narra su pasado son muy peculiares y la idea era traer a primer plano cómo la memoria no es una transcripción literal del pasado, sino, en buena medida, una fantasía, y cómo conocer el pasado a través de nuestra propia memoria es una falacia”, explica.
“También (me interesaba) preguntarme por la frontera entre identidad y memoria, cómo la memoria determina nuestra subjetividad y determina nuestra identidad. Y preguntarme, también, qué somos si no tenemos memoria: ya sea porque la perdimos o porque carecemos de los relatos que le dan cuerpo”, abunda.
Ruidoso silencio
“A lo largo de muchos años he pensado, y creo que muchas hemos pensado, sobre cómo la mitad de la historia de la humanidad, por lo menos, ha sucedido en silencio porque la Historia que se ha registrado, suele ser protagonizada por hombres. Y hombres de ciertas características, pertenecientes a una elite cultural y económica.
“A mí me ha intrigado la historia de las mujeres de mi familia, de quienes sé muy poco, y me interesaba escribir contra ese silencio. Para mí escribir esta novela era el único modo de resarcir ese silencio que hemos ido heredando y que cargamos sobre los hombros”, expresa.
Luego, algo tiene muy claro Elisa Díaz Castelo: “Escribir sobre esto, y a veces inventar estas historias, es la forma que yo tuve de resarcir ese silencio, de intentar que cicatrizara esa herida”.
PersonajAs
La también autora de Principia, reconoció que las personajes principales debían estar inmersas en una situación histórica concreta, “en un momento y tiempo determinados”, aclara.
“Inevitablemente, esas circunstancias influyen en la identidad de las protagonistas y también salen a relucir en la escritura del libro. Sí era importante para mí que estuviera cierto tipo de familia mexicana en el trasfondo de la novela.
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“Estas familias donde son puras mujeres, (porque) hemos heredado la noción de que una familia debe estar constituida de una forma muy rígida, y en realidad estamos empezando a ver de una forma más amplia la noción de familia”, asevera más tarde.
Sin embargo, había un interés particular, confiesa: “los vínculos entre mujeres, de distintos tipos: maternofiliales, de amistad, de amor erótico”. Contar aquí sobre ello, sin embargo, sería arruinar el estímulo para con las y los lectores. Cada cual deberá anidar sus propias conjeturas.
La ficción, vehículo de reflexión
La también traductora dice sentir que estamos en una época poblada de extremos, y suelta de pronto el espeluznante ejemplo –por la realidad, no por el recurso– de las redes sociales.
“Se prestan mucho a lo maniqueo, a simplificar situaciones extremadamente complejas porque esa simplificación es lo que granjea más likes o una mayor respuesta.
Y creo que la narrativa es un terreno para explorar la ambigüedad, los matices y las situaciones éticamente complejas, y justamente por eso es importante hoy en día.
“A mí me importaba crear personajes que fueran complejos, que no sólo tuvieran un costado, sino que tuvieran muchos lados, y que pudieran ser muy amorosas y también terribles y crueles. Creo que así somos los seres humanos y así se nos olvida esa complejidad”, finaliza Elisa Díaz Castelo.