Cuando se habla de fines del mundo, es necesario comenzar por la esperanza. Quizá por ello recurra entonces a las palabras que meses atrás me dijo la escritora Elisa de Gortari en una conversación a propósito de Todo lo que amamos y dejamos atrás (Alfaguara), su más reciente novela: “no me considero una optimista, pero sí me considero una persona que tiene esperanza sobre el futuro”. Un sentimiento muy particular que puede hallarse al leer a Andrea Chapela (Ciudad de México, 1990), pero sobre todo al hablar con ella.
Tras Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (Almadía), la escritora, faro de la literatura de ciencia ficción mexicana, ha vuelto a las librerías con Todos los fines del mundo (Literatura Random House), una suerte de reflexión sobre las preguntas que rodean, precisamente, el fin del mundo, esta vez, sin embargo, anudadas por temas centrales como la amistad, el amor, el colapso climático, la distancia, la esperanza y otra suerte de preocupaciones (cada vez más) colectivas. A propos, de la novela y todo lo que la rodea, concedió una entrevista con 24 HORAS.
¿Esperanza?
“A lo mejor, pero no creo que yo lo pensara como un balance, sino como una postura”, comenta la escritora a propósito de la esperanza como algo necesario para balancear lo crítico. “Siento que, ahora mismo, cuando hablamos del futuro, cuando lo imaginamos, es muy fácil, y también es verdad, que la mayoría de las historias y narrativas que tenemos del futuro son de un lugar desesperanzador y terrible”.
“Hay el mismo peligro en el pesimismo más puro que en el optimismo más puro. Darte al pesimismo también te lleva a un no actuar, a un congelamiento, y el optimismo más puro, también. Pero sí hay un punto medio donde uno tiene que agrupar esas dos cosas.
“Siento que en las imaginaciones del futuro nos hemos dado hacia un lugar del péndulo que tiene mucho que ver con el miedo, la desazón, que es muy real, pero que, en la otra parte, donde hay cosas importantes, hay maneras y narrativas que podrían ayudarnos a salir de esta, a lo mejor no hacia la utopía, pero sí hacia otro lugar vivible. Este libro no espera ser un futuro objetivo y real, pero sí me parecía importante colocar narrativas con más esperanza en el mundo”, agregó.
Al paso, Andrea Chapela recordó cómo ha platicado mucho con Elisa de Gortari sobre los temas que hermanan sus novelas y sobre lo pazguato que es el optimismo, y cómo este se confronta con la esperanza, pues en ella hay algo muy activo, constructivo e importante, “porque es el acto de construir y de imaginar y de plantearnos”, en conjunto.
Pensar la literatura y la intimidad
La autora está consciente de que su libro plantea muchas preguntas y camina mucho más hacia la reflexión y no tanto a un terreno de certezas. “Supongo que lo que pasa es que he ido pensando cada vez más la literatura como una conversación”, reflexiona.
“Como alguien que viene de ciencias, para mí fue una liberación increíble el día que me di cuenta de que la literatura no esperaba que yo diera respuestas, que ya había algo muy complejo en tratar de formular las preguntas, y que a lo mejor la literatura lo que hace es eso: hacer, con muchísima sutileza y detalle, formular preguntas importantes que compartir a otros y que la respuesta la da el lector”.
Hay algo quizá contradictorio en la idea de pensar en lo colectivo a partir de un espacio íntimo y personal. Como si no hubiera algo que permitiera en realidad traspasar ese espacio líminal que separa ambas partes del individuo. Y sin embargo en Todos los fines del mundo sucede.
“Hay una pregunta, esa: ¿qué es la colectividad y qué quiere decir generar una colectividad? Desde una colectividad muy pequeña como lo es la A3, (aunque) ella se está preguntando sobre una colectividad más social y política como la que hay en el rancho.
“Me cuesta trabajo entender la idea de que lo individual es político, que lo íntimo es político. Creo que es verdad, pero ¿qué quiere verdaderamente decir eso? Y creo que una de las repuestas para mí es que, a la hora de generar una colectividad, sí estás poniendo en juego cosas muy íntimas, y que no es sólo una organización, porque esa organización afecta luego muchísimas formas de lo que consideramos nuestra intimidad y nuestra individualidad”, expresa.
Sin embargo, añade, “este libro lo ve desde los afectos”, y cree que “no es baladí o no es casualidad porque, al final, nuestros afectos también están muy regidos por el sistema social y económico en el que vivimos. Lo que siempre he dicho: hay un sistema que genera la familia nuclear y le interesa, y si ese sistema no está, a lo mejor son otras maneras de organizarse o de quererse, de la misma forma que no siempre el matrimonio y el amor estuvieron entrelazados”.
Reflexiones, más que obsesiones
La también cuentista reconoce que “había llegado al límite de una sensación interna”, acaso honda, que le hizo preguntarse: “¿por qué las otras personas lo tienen, o parecen tenerlo tan claro, y por qué a mí se me confunden tanto estas maneras de tener afecto, hacer amigos, tener pareja? Esas líneas: ¿por qué parecería que al resto del mundo le parece tan sencillo y tan claro y a mí se me confunde tanto?”.
En primera instancia, porque cuando uno va hurgando esos espacios aparentemente inefables se mete en líos. Es inexorable. Pero luego viene el poderío comunicativo y de resguardo de la literatura, dice la autora.
“Por eso también elijo la ciencia ficción, porque es un lugar de experimentos mentales, de juegos, de qué pasaría si…, que me permite pensar las cosas en un caleidoscopio que le doy vueltas a la situación tantas veces como necesite.
“Entonces sí: había una necesidad de entender, y en algún momento el libro fue más ensayístico, luego ya se transformó totalmente en ficción. Pero, creo que también lo que pasa con las obsesiones es que creo que hay algunas en la literatura, en general, que he escrito que tiene mucho que ver con la comunicación; las relaciones humanas: lo difícil que es entablarlas, pero lo importantes que son; cómo el lenguaje juega con eso –que también es una de las obsesiones de Angélica–, todas las manera en las que el lenguaje libera y da seguridad y todas las maneras en las que también cierra significado y ahoga, y ese movimiento constante entre las palabras, o sencillamente a la hora de nombrar cosas tan abstractas como los sentimientos”, reflexiona.
Reconoce, finalmente, que, en la abstracción de los conceptos, pese a las similitudes, “no podemos saber si significan realmente lo mismo, y desde ahí hay un error muy complicado de sortear”.
Ciencia ficción como vehículo
La literatura de ciencia ficción, créase o no, pese a los múltiples ejemplos que la historia ha proporcionado, es un vehículo de entendimiento, o al menos aspira a serlo. No como ejercicio pedagógico, sino, nuevamente, de reflexión. Más allá de la explosividad acostumbrada que se desborda de los clásicos del género, que abordan escenarios apocalípticos y funestos. Ubicada en las antípodas, Andrea Chapela construye lo propio.
“Mis libros son más retenidos, mesurados. Imaginan exactamente lo que les interesa imaginar y no se desbordan. Pero yo admiro esa cualidad de la ciencia ficción. Y a lo mejor tiene que ver con los lectores y la idea que yo tengo de hacer un libro: creo uno tiene que elegir sus apuestas a la hora de hacer un libro.
“Para mí estaba claro que sí, quería comenzar a escribir y pensar sobre el cambio climático, pero yo no siento que al terminar de pensar eso haya llegado exactamente a responderme mis propias preguntas sobre las narrativas del cambio climático con este libro, porque siento que al final la pregunta del libro es sobre el amor, la amistad y los afectos”, confiesa.
Liminalidad en los géneros literarios y relaciones interpersonales
“En los últimos años me han atraído mucho las relaciones que hacen del género algo fluido, en todo sentido. Hablando del género literario. Sí me interesan mucho las novelas que tienen este juego entre lo ensayístico y lo ficcional y que además yo le sumo lo cienciaficcional y lo especulativo. Todas esas cosas para mí siempre han sido fascinantes.
“Pero, no sé si fue una decisión a priori, creo que venían de dos lugares distintos, como una fascinación con el juego formal de tratar de hacer funcionar un montón de dos cosas a la vez, pero es verdad que ya en el resultado final, pues sí, un libro que habla sobre la fluidez de las etiquetas del mundo también genera una fluidez entre los géneros literarios”, reflexiona al respecto de los cruces entre los géneros literarios y las “etiquetas del mundo” que nombran las relaciones allá afuera.
“La ciencia ficción es un montón de cosas, de la misma manera que una persona y sus afectos. Entonces, para mí creo que hay algo de eso: una fluidez entre los géneros como en el mismo tema. (Pero en realidad), es una pregunta que no sabría contestar. Es como, ¿porque elegí un tema logré hacer funcionar los géneros literarios?, ¿es el tema lo que me ayuda a hacer funcionar los géneros literarios?, o, ¿es que tengo esos géneros literarios y por eso puedo hablar del tema? Eso no lo sé. Creo que surgen de lugares distintos y en el libro embonaron”, finaliza.
Coordenadas del fin del mundo
Todas las historias tienen que llegar a un final. Empero, asidos a la esperanza y la reflexión, Andrea Chapela ofreció un dibujo que retrata en plenitud todo lo antes dicho: ese conjunto interespecie de emociones, obsesiones, preocupaciones y sentimientos.
“Qué tanto todo esto también surge de mi propia necesidad, obsesión de estar rumiando los límites de las cosas y de estar observando muy detenidamente por qué se supone que hay un límite en un lugar en el que a lo mejor yo no siento un límite, que es de donde nacían las primeras reflexiones sobre los afectos.
“¿Qué es la verdad?, ¿dónde está? ¿Realmente podemos confiarle a las palabras el sostener verdades del mundo? A lo mejor no, pero es lo único que tenemos”, finaliza.
La autora presentará Todos los fines del mundo este jueves 03 de julio en la Librería U-Tópicas a las 18:00 horas en compañía de Priscila Palomares.