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Por Sabina Berman

Ricardo Salinas se acostumbró a tener de aliado al gobierno neoliberal en turno. Durante el de Carlos Salinas, no su pariente, pero sí su amigo, el presidente en persona operó el traslado de Imevisión, la empresa de TV del gobierno, a su posesión.

Traslado, no compraventa: el socio de Ricardo que puso la mayor parte del dinero de la transacción era el hermano Raúl de Carlos: todo quedó en familia.

Ricardo Salinas pensó en un primer momento en convertir los edificios de las repetidoras de la televisora en los estados en filiales de Elektra, la compañía de electrodomésticos que heredó de su padre. Bien pronto sin embargo descubrió que la TV sí era negocio, en la medida que se le supiera cobrar al gobierno en turno.

Desde entonces a hoy, TV Azteca le cobró a cada gobierno cientos de millones anuales de pesos “en publicidad”. Es decir, en darle espacios para pasar sus anuncios.

Y le cobró otros tantos millones en darle publicidad emitida con el disfraz de periodismo: a la venta buenas noticias y opiniones, censura interna de malas noticias.

Como famosamente dijo la máxima intelectual de TV Azteca, Paty Chapoy:

–Vale más lo que he callado que lo que he dicho.

El año 2000, el PRI perdió por primera vez las elecciones de la presidencia, y Salinas contrató a buena parte del equipo derrotado para formar un nivel de ejecutivos óptimamente entrenado en usar los poderes del Estado. Los mismos ejecutivos que hasta hoy manejan su consorcio de empresas.

Usar al Estado y no dejarse usar por el Estado. El lema del Grupo Salinas.

El Grupo Salinas no paga a sus trabajadores seguro social, ni vacaciones, ni liquidaciones, y desde su fundación a nuestros días, tampoco paga impuestos.

¿Por qué?

Porque sí, porque así se pudo en el México neoliberal.

Y desde entonces Grupo Salinas empezó a mandar sobre los funcionarios y a usarlos como extensiones de su propia burocracia. Eso sí, gratificaciones de por medio. En español vernáculo: sobornos.

Regálame esos terrenos en Valle del Bravo, decía Salinas a un gobernador. Se le regalaban. Y el gobernador recibía una transferencia a su cuenta personal.

Llega la 4T al gobierno y cambia la lógica de relación gobierno-empresarios. La 4T se propone sí cobrar impuestos y ese nuevo ingreso gastarlo en ayudas sociales para los más pobres.

Pieza clave en la nueva plomería de recursos, es la directora del SAT, Raquel Buenrostro, rápidamente apodada La Dama de Hierro, o el Terror de los Grandes Tributarios. 

Salinas no se inmuta. Se siente inmune. Es amigo del presidente. Es además dueño del banco por el que las ayudas sociales se distribuyen por el país a los pobres. Por eso se asombra cuando este presidente le dice que sin embargo sí debe pagar sus impuestos a la Dama de Hierro.

Salinas entonces recurre al Poder Judicial para no pagarlos, y sus famosas gratificaciones pasan de los funcionarios a los jueces, magistrados y ministros supremos adecuados.

Durante 7 años Grupo Salinas interpone 32 juicios y sigue sin pagar impuestos.

Y la ruptura de la 4T y Salinas se agranda cuando el presidente decide no usar a Banco Azteca para distribuir las ayudas sociales. Usará en ello el banco del Estado, el Banco del Bienestar. 

Es ahí donde Salinas se inventa a sí mismo libertario, odiador del Estado y de los zurdos, y su equipo priista empieza a construir la figura del Tío Richi, una especie de Santa Clos lépero, misógino y clasista, que regala fiestas y regalos a los pobres.

Dijo López Obrador de su sucesora en la presidencia, Claudia Sheinbaum: 

–Yo soy fresa a comparación de ella. Nada más se los digo.

Botón de muestra, como la doctora Sheinbaum retoma el enfrentamiento de Salinas con la 4T.

No solo ha declarado en su Mañanera, lacónicamente, que “Salinas tiene que pagar”, además retiró el año pasado el pago de publicidad del gobierno a TV Azteca, la primera vez que la televisora no lo recibe en 32 años, y además anunció que Salinas debe no 63 mil millones de pesos, como era oficial, ahora debe 74 mil millones. Ni duda que uno de los primeros juicios que abordará la nueva Suprema Corte es el caso Salinas –y ni duda que ordenará lo evidente para todos: que Salinas debe pagar.

Este será el fin de Salinas como oligarca. Se quedará con su yate y su jet y su corte de priistas, pero su influencia en las finanzas del país se volverá insignificante.

Sacando cuentas someras, para pagar Grupo Salinas tendrá que vender la mitad de sus empresas. O podría ser que el gobierno las embargue. Pero sería un error que este gobierno reciba en pago o tome TV Azteca.

El gobierno no necesita recoger el huevo de la serpiente: la televisora donde inició la historia de Salinas como depredador del Estado.

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