En el corazón del sur de Yucatán, entre el murmullo de los árboles y el aroma profundo de la tierra fértil, María Feliciana Moen Yah, resiste.
Es una campesina de manos curtidas y mirada serena, la cuarta generación de mujeres que han servido a la milpa maya, ese sistema agrícola ancestral que no sólo alimenta, sino que cultiva identidad, comunidad y memoria.
Desde su hogar en el municipio de Tixméhuac, María Feliciana –con más de 60 años de experiencia en la tierra- custodia un tesoro: 14 variedades de semillas de maíz criollo, muchas de ellas en riesgo de desaparecer ante el avance de la agricultura industrial y los monocultivos. Pero aquí, bajo su cuidado, florecen y son parte de la memoria generacional.
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“Soy guardiana de las semillas, nosotros sembramos 14 variedades de maíz criollo, y los exhibimos como muestra de que sí se puede”, dice con orgullo mientras acomoda mazorcas multicolores en sus canastos, que parecen bordadas por el tiempo. Esas semillas no son únicamente alimento: son historia viva, símbolo de resistencia y soberanía alimentaria.
ENFRENTA LA ADVERSIDAD
Para ella, la milpa maya, más que un método agrícola, es una forma de vida donde el maíz convive con la calabaza, el frijol y el chile. Un sistema sustentable, armónico y vigente, que garantiza la autosuficiencia de las familias mayas y que hoy, más que nunca, se alza como un bastión frente a la crisis alimentaria global.
Consciente de la amenaza que representa el olvido, María Feliciana ha asumido otra misión: formar a sus hijos y nietos como nuevos guardianes de este saber milenario. “Ellos deben aprender que la tierra no se abandona, se honra”, detalla mientras muestra con orgullo el fruto de su trabajo de todos esos 60 años.
En un tiempo en que lo industrial domina y lo rápido sustituye lo profundo, historias como la de María Feliciana son faros. Ella representa a miles de mujeres y hombres mayas que, desde sus parcelas, siguen sosteniendo el conocimiento más antiguo y eficaz para alimentar a un pueblo: la milpa.
Además del maíz, en su haber también se da el tiempo para cultivar variedades de ibes, esas vainas parecidas al frijol, pero que tienen un particular sabor y color, lo mismo hay blancos que rojos, además de espelón y las respectivas pepitas de calabaza.
“Me siento orgullosa porque tenemos todo; los milperos ahora tenemos para nuestro consumo, pero también para vender”, señaló.
RELEVO GENERACIONAL
María Feliciana es una de las últimas, pero no está sola. En cada rincón del sur y oriente del estado hay guardianas y guardianes como ella, sembrando no sólo semillas, sino resistencia cultural.
El relevo generacional está a salvo en la familia de María Feliciana, un nieto, gusta del campo y al momento se encuentra preparándose para ser ingeniero agrónomo y así llevar ese conocimiento ancestral con las bases científicas que caracterizan a la profesión.
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Porque cuidar la milpa no es nada más una tarea agrícola: es un acto de memoria, de identidad y de amor profundo a la tierra.
Hoy, María Feliciana siembra maíz y cultiva el futuro, en medio de un convulso mundo, el cual apunta que la soberanía alimentaria puede ser bajo los saberes ancestrales de la milpa maya.