Por Eduardo López Betancourt
Los gobiernos siempre han procurado limitar la libertad de expresión. Lo común es aparentar que protegen el derecho a la libre manifestación de las ideas, pero en la práctica, esto es una evidente falsedad. Gobiernos democráticos (de izquierda, derecha o centro) y, por supuesto, las dictaduras, suelen evitar las críticas. Quien se atreve a cuestionarlos es perseguido, agredido o simplemente marginado.
Esa conducta la sufrí en carne propia. Soy el único columnista que, entre finales del siglo pasado y lo que va del presente, ha sido condenado por difamación. El actual Fiscal del País, abusando de su poder, me acusó hace 24 años, en complicidad con el entonces Procurador Bernardo Bátiz, a quien critiqué por su actuación como secretario de Seguridad Pública. Me condenaron a seis meses de cárcel. Estuve en el Reclusorio Norte y, aunque obtuve mi libertad, quedó claro el uso del poder para silenciar voces críticas. En aquel tiempo gobernaban los panistas, partido a que pertenecía el actual Fiscal, al igual que Bátiz, pero no han sido los únicos: los gobiernos de izquierda tampoco se han quedado atrás.
La mejor prueba de ello son los casos recientes en Puebla y Campeche, ambos estados gobernados por el partido Morena, donde se aprobó una ley conocida como de “censura”, que impone penas de hasta tres años de prisión a quienes expresen ofensas en redes sociales.
Campeche ya ha comenzado a aplicar esta legislación. Vinculó a proceso al periodista Jorge Luis González, exdirector del diario La Tribuna, y a Isidro Yerves, de la Organización Editorial del Sureste.
Resulta verdaderamente lamentable que nuestra patria mantenga una actitud de odio y represión hacia la libertad de pensamiento.
Tal vez algunas opiniones no sean las más acertadas, pero son inaceptables los excesos al intentar controlar o sancionar la expresión de ideas. Ahora, más que nunca, debemos recordar a Belisario Domínguez, héroe genuino de la libertad de expresión.
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