Por Salvador Guerrero Chiprés
Ante retrocesos en la política inclusiva, crímenes de odio y narrativas prejuiciosas, la Ciudad de México ha construido, a contracorriente, un bastión de libertades para las poblaciones LGBTTTIQ+.
Lo ha hecho con legislación pionera, políticas públicas de reconocimiento a la diversidad sexual y de género, programas culturales que abrazan lo no normativo y un mensaje claro: la diferencia se protege y acompaña, se construye en la paz.
En un continente donde aún se criminaliza la homosexualidad en países del Caribe y el conservadurismo impone vetos políticos o recortes presupuestales, la capital nacional se con-solida como referente regional de derechos.
Desde el Zócalo se celebra la diversidad con la bandera monumental humana —que impone récord como la más grande del mundo— con la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, la secretaria de Cultura, Ana Francis More, y la titular de la Unidad de Atención a la Diversidad Sexual, Hilda Téllez, acompañadas de quienes, como lo dijo la mandataria, “deciden ser lo que quieren ser”.
El parteaguas fue el matrimonio igualitario aprobado en 2009, el primero de su tipo en América Latina; desde entonces ha sido replicado en todas las entidades. Además, la CDMX abrió camino en 2014 en el reconocimiento de las identidades trans en el acta de nacimiento, sin necesidad de diagnósticos médicos ni autorizaciones judiciales.
Aún está pendiente extender esos espacios seguros del mapa cultural y político a la geografía real y económica. La comunidad LGBTTTIQ+ enfrenta barreras para acceder a empleos dignos, especialmente quienes viven fuera de la zona centro o en condiciones de pobreza. El desempleo empuja a mujeres trans a economías informales o peligrosas.
Cada Día del Orgullo, conmemorado el 28 de junio, nos recuerda que los derechos conquistados se defienden en una ciudad que se pinta de arcoíris, en el corazón de la diversidad y la paz.
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