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En el lapso de una semana, el conflicto abierto entre Irán e Israel escaló con rapidez y violencia, lo que dejó a Estados Unidos en una encrucijada diplomática y militar. En medio de este escenario, Donald Trump anunció que tomará una decisión “en las próximas dos semanas” sobre una posible intervención directa, en lo que ya se interpreta como una jugada estratégica de alto riesgo.

Mientras Washington convoca reuniones diarias de seguridad en la Sala de Crisis de la Casa Blanca, la administración Trump sostiene una ambigüedad calculada. Por un lado, la portavoz Karoline Leavitt asegura que si se abre una vía diplomática, el presidente “siempre la tomará”, pero también subraya que el jefe de la Casa Blanca “no teme recurrir a la fuerza”.

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La tensión creció tras el impacto de un misil iraní contra el hospital Soroka, en Beerseba, al sur de Israel, que dejó más de 40 heridos y causó daños severos a varias áreas médicas. El hecho enciende las alarmas sobre la posible ampliación del conflicto y ha provocado condenas internacionales.

Contra ataque

La respuesta israelí no se hizo esperar. El ministro de Defensa, Israel Katz, declaró que al líder supremo de Irán, Alí Jamenei, “ya no se le puede permitir seguir existiendo”, acusándolo de ordenar ataques contra objetivos civiles. El propio Netanyahu, aunque más cauto, no descartó esa posibilidad. 

Simultáneamente, la Casa Blanca afirma que Irán podría fabricar una bomba nuclear en apenas 15 días si así lo ordenara Jamenei. Aunque Teherán insiste en que su programa es pacífico, la amenaza se mantiene como argumento central para una eventual intervención.

Mientras voces del ala más radical del trumpismo, como Steve Bannon y Tucker Carlson, rechazan tajantemente cualquier involucramiento, el magnate republicano juega con el tiempo. En un tablero incierto, donde la línea entre la diplomacia y la guerra se desdibuja, el presidente busca capitalizar su “instinto” político y presentarse como el único capaz de controlar una conflagración que ya ha dejado más de 240 muertos.

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