La participación de la presidenta Claudia Sheinbaum en la LI Cumbre del G7, celebrada en Kananaskis, Alberta, Canadá, no sólo fue un hecho histórico, sino que envió un poderoso mensaje al mundo: México tiene voz, principios y visión. Y vaya que hace falta esa voz serena, firme y progresista en medio del complejo escenario global que estamos viviendo.
No es algo menor que la mandataria haya sido invitada como representante de una nación que, si bien no pertenece al grupo de potencias, cada vez pesa más en los equilibrios económicos y políticos del orbe. Fue una señal del interés que despierta América Latina en general, y México en particular, como actor clave en la nueva arquitectura internacional que se está gestando.
Durante su intervención, la Presidenta no titubeó. Habló de paz cuando otros siembran guerra. Habló de cooperación cuando algunos levantan muros. Habló de justicia social cuando lo que abundan son los privilegios. Y lo hizo porque sabe bien qué representa: un México en transformación, con mucho por decir y aportar.
Desde la visión multilateral que expuso, hasta la defensa de nuestras y nuestros migrantes en Estados Unidos —esos millones de compatriotas que trabajan duro y dignifican el nombre de México del otro lado de la frontera—, dejó claro que gobernar con dignidad no está reñido con construir alianzas ni con buscar entendimientos.
El hecho de que sostuviera reuniones con líderes como Mark Carney, Lula da Silva, Narendra Modi, Ursula von der Leyen o António Costa demuestra que la diplomacia mexicana tiene rumbo y que hay voluntad de trabajar por un futuro común, en el cual el desarrollo sea una aspiración compartida.
Incluso durante su llamada telefónica con Donald Trump (quien dejó la cumbre debido a la tensión en Oriente Medio), la mandataria puso de lado la diferencia ideológica y privilegió el interés nacional para tender puentes.
Paralelamente, fue presentado el Plan México a inversionistas canadienses, demostrando que el desarrollo también se construye con inversión, con confianza, con reglas claras y con visión de futuro.
Más allá de los acuerdos, esta cumbre deja grandes desafíos. Vivimos en un mundo donde prevalecen conflictos bélicos, rivalidades geopolíticas y profundas desigualdades que no pueden ni deben pasarse por alto.
México tiene ante sí la responsabilidad de seguir construyendo una política exterior soberana, humanista y solidaria. Una política que nos permita incidir y nos impulse a tender la mano a los pueblos hermanos, pero sin dejar de mirar hacia dentro y atender nuestras propias urgencias.
El G7 fue apenas una ventana. Lo que viene ahora es la tarea diaria de poner en práctica los principios ahí expuestos. El reto está planteado y debemos estar listos para enfrentarlo.
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