Por Sabina Berman
La iniciativa de cambiar a los jueces del Poder Judicial por otros nuevos era teóricamente buena.
El Poder Judicial que hemos tenido ha sido lejano a la gente y corrupto. Y por ello el 70% de la población declaró en una encuesta de hace 10 días que estaba de acuerdo en reformarlo.
El INE hizo ejemplarmente su trabajo en la jornada electoral –o casi.
Como siempre tuvo reglas excesivas. Entre ellas la peor: no pudo presentarse en los medios a los candidatos, lo que solo favoreció a los contadísimos candidatos conocidos previamente.
6 u 8 candidatos entre cientos. Lo que, dicho en breve, fue gravísimo: la mayoría de los candidatos carecieron de rostro para los electores.
Los ciudadanos que se prepararon para operar las casillas, las operaron como siempre de forma ejemplar. Regalaron su tiempo a la democracia. Hay que agradecerles el civismo.
Pero la propuesta y el método de la elección fue un desastre no mitigado.
¡Elegir entre cientos de candidatos a 51 jueces usando en ello 9 boletas –varias de las boletas además seccionadas en distintos rubros!
Ese fue el error que malogró todo lo demás.
La gente no aceptó hacerse cargo del despropósito. A cada elector le hubiera tomado al menos 51 horas de estudio para hacerlo, y ni siquiera con esas 51 horas lo habría hecho con la seguridad que sabía suficiente de cada candidato para desecharlo o aprobarlo.
Era la invitación a fingir que sabían por quién votar cuando no lo sabían. Y la mayoría libremente no aceptó el juego.
Solo alrededor de 13 millones de personas acudieron a las urnas.
Mi impresión, obtenida de conversar con gente en varios centros de votación, es que la mayoría de los que fueron a votar, fueron a darle su beneplácito al recambio de jueces, no realmente a elegirlos.
Eligieron en la Suprema Corte a varios ministros, 3 o 4, sobre todo entre las ministras, que eran las que sí habían visto en los medios y aprobaban. A los otros los eligieron al tin marín.
Eso o bien se fiaron en los acordeones de los analistas de Izquierda que circularon por las redes. O en el acordeón de Morena que circuló impreso por las calles.
La votación violó las dos primeras reglas de una votación normal. A decir, debe ser claro quién compite y debe ser fácil elegirlo en la boleta.
Ni una ni otra cosa sucedió. Se le pidió a la gente ir a votar por quién sabe quién y llenar las boletas resultó un galimatías.
Ya la Derecha dirá que el 90% de los electores rechazó la elección de jueces. Es falso: lo escrito antes, el 70% lo aprobó.
Ya sus voceros en los medios supondrán que la gente escuchó su llamado a no votar. Pamplinas: el mismo domingo, al mitin de protesta contra la elección judicial a la que convocaron, llegaron no más de 3 mil personas.
Lo que hubo fue un rechazo al método imposible de la elección.
La presidenta en algún momento habló de que la elección debió suceder en etapas. Primero la elección de ministros de la Suprema Corte. Un mes después la elección para el Tribunal de Disciplina y tal vez los magistrados. Luego los otros rubros.
Así debió ser.
Y debió ser una elección digital. En la era de los celulares y las computadoras que sigamos usando casillas, mamparas, miles de ciudadanos, urnas, contadores de votos manuales, no se explica.
Y ahora la consecuencia de una elección mal planteada no será menor. Pudiendo haber hecho un recambio juicioso de jueces, lo hicimos sobre todo al tin marín.
Caray.
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