La relación entre Donald Trump y Elon Musk, alguna vez exhibida como un entendimiento estratégico, atraviesa su ocaso. Tras poco más de cuatro meses al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), el magnate sudafricano anunció su salida, sellando el fin de una colaboración que, si bien comenzó con promesas de transformación, terminó marcada por tensiones, controversias y desgaste mutuo.
La ruptura no fue abrupta, sino gradual. Las señales se acumularon: la ausencia del sudafricano en eventos presidenciales, los roces públicos, e incluso los comentarios mordaces de Trump insinuando el uso de medicamentos para adelgazar por parte del empresario. En su entrevista con CBS News, el CEO de X fue tajante: “No quiero ser el chivo expiatorio del país”.
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El distanciamiento se debió a una serie de tensiones acumuladas: desde discrepancias fiscales con el nuevo paquete presupuestario republicano hasta la presión por los problemas que atraviesan sus empresas. A ello se sumaron el rechazo social creciente, un revés político en las elecciones judiciales de Wisconsin y un deterioro progresivo en su relación personal con el jefe de la Casa Blanca.
Durante su breve paso por la administración, el jefe de Tesla encabezó recortes que, según DOGE, ahorraron 160 mil millones de dólares mediante despidos masivos, cancelaciones de contratos y venta de activos. Sin embargo, la justicia revirtió varias de esas medidas. Diversos actores cuestionan las cifras y, más allá del impacto financiero, el caos administrativo que se generó provocó alarma.
Visión internacional
El legado internacional del magnate sudafricano también genera controversia. Durante su gestión, eliminó más del 80 por ciento de los programas de USAID, lo que afectó diversas iniciativas humanitarias. Su paso por la Casa Blanca simbolizó un endurecimiento del enfoque “Estados Unidos primero”, debilitando el llamado “poder blando” estadounidense.
Las acusaciones de desinformación —como teorías sobre el oro de Fort Knox o el supuesto genocidio afrikáner— y sus constantes intervenciones públicas sin sustento alimentaron una narrativa paralela desde el centro del poder.
El legado de Musk en la administración Trump 2.0 aún divide: para unos, un pionero de la austeridad; para otros, un síntoma del desdibujamiento entre el poder público y el capital privado. En cualquier caso, el “bromance” parece que terminó.