La presidenta Claudia Sheinbaum se ha molestado por un texto que le publicó la revista Letras Libres al expresidente Ernesto Zedillo. Lo ha exhibido en su Mañanera, e incluso, ante la pregunta de uno de los pseudo periodistas comunes, dijo que se iniciarían investigaciones en contra de su familia, confirmando que —parafraseando a la analista política Fernanda Caso—, para el nuevo régimen es peor hablar, y ser crítico del movimiento, que robar.
La Presidenta ha pasado de afirmar que seremos el país más democrático del mundo a explicarnos que el verdadero significado de la democracia no es otro que el poder del pueblo. Nada más común en estos tiempos que tomar como bandera en el discurso político la definición meramente etimológica de un término por demás rico y complejo.
Decía Descartes que no existe en el mundo algo más equitativamente repartido que la razón —todos creemos tener lo suficiente. López Obrador tenía un concepto muy particular de lo que significa la democracia, la presidenta Sheinbaum coincide con esa idea; Ernesto Zedillo tiene su visión al respecto; Díaz-Canel y Donald Trump, ni se diga. Lo cierto es que, como afirma el filósofo político social, Daniel Innerarity, lo que más daña a nuestras democracias es pretender tenerlas siempre de nuestra parte.
Hay que sospechar de quien, con convicción, afirma saber cuál es la democracia que debemos construir. No importa el espectro ideológico o político de donde venga esa certeza.
La Presidenta y el obradorismo buscan justificar sus acciones, vendiéndonos la idea de que el voto popular les dio una hoja en blanco para hacer lo que les plazca y que sus decisiones, por más perjudiciales que sean, tienen amplia legitimidad democrática. Zedillo, por otro lado, decide obviar de su análisis los años en que, gobiernos democráticos como el suyo, abandonaron al sector más desprotegido del país y fueron parte de insaciables corruptelas.
En buena parte de la población existe la apreciación de que la democracia se reduce a salir a votar. Hay quienes pensamos que democracia es permitir a los ciudadanos elegir a quienes nos gobiernan, siempre y cuando esa elección resulte en una mejor calidad de vida —así como en mayores derechos y libertades— para todos. Esto siempre construido con participación proactiva de la sociedad y los adecuados controles institucionales que frenen los abusos de poder.
Difícil llegar a un consenso de lo que es la democracia, pero, más allá de riñas políticas y descalificaciones ad hominem, tenemos que exigir responsabilidad de los actores políticos, así como un debate soportado en hechos y argumentos, tomando en cuenta todas las voces, y lo que la historia y la experiencia nos han enseñado a lo largo del tiempo: los países con regímenes totalitarios no han tenido los mejores desenlaces. Este tipo de debate tendría que ser la base para la construcción de un futuro verdaderamente democrático.
MIRILLA. Habemus Papam. León XIV ha sido el nombre que Robert Francis Prevost ha elegido para su mandato. Se puede esperar que el nuevo Papa será más cercano a la gente y hará énfasis en la justicia social. Su primer discurso centrado en la paz da luces sobre sus preocupaciones.
@isilop