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Parece haber algo de onírico en el ambiente, en sus imágenes fragmentadas. La ciudad siempre tiene un dejo de onirismo por su constante transformación, pero esa tarde algo pintaba distinto. Culpar a Eduardo Pérez Contreras, mejor conocido como Spooky, sería lo más atinado; sin embargo, más que a su persona, podríamos culpar a su ingenio y su pluma, responsables (en mayor medida) de su creación: Fabudélicas (Ediciones Fabudélicas), ese compendio de mensajes que a Spooky le han traído las plantas y la naturaleza.

En un espacio tranquilo en una cafetería cerca del centro de la ciudad, Spooky recibió a 24 HORAS para platicar sobre Fabudélicas, que hace no mucho tiempo se editó nuevamente con un prólogo de la escritora Laura Esquivel y una nueva fabudélica extra. Inevitablemente, la conversación traspasó los límites imaginados, pero no fue culpa de la casualidad.

Foto: Cortesía del autor.

***

—Mandé a las editoriales el libro —cuenta Spooky—, y la verdad es que me fui encontrando muchas trabas. Muchas. Como que no le apuestan al objeto ya. Lo mínimo necesario, lo que menos cueste, lo que menos les complique. Yo les decía: yo quiero un libro así como este —señalando el ejemplar suyo—, y me dijeron, no, es que, sí está bonito y los textos también, pero lo podemos imprimir en el formato habitual. Entonces dije: lo voy a hacer yo.

(Pese a las trabas y que le aconsejaron imprimir pocos libros, augurando una venta baja, al día de hoy, según cuenta el escritor, se han vendido más de 5 mil ejemplares.)

—Cuidar estos detalles del diseño editorial, porque también eso habla del libro, ¿no? —pregunto—.

—Cada detalle tiene que hablar de algo. Es como nosotros. Una vez que tú traes al mundo una idea, en ese momento, como si fuera un ser independiente, cobra vida y se empieza a mover en el universo con las ventajas que el universo brinda. Por ejemplo, la prosperidad, la posibilidad de subsistir en el universo. Un proyecto o una idea, cualquiera que sea, una vez que sale de ti, empieza a tener una vida independiente y hay que darle la oportunidad. Entonces, como nosotros, que tenemos que cuidar nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro espíritu, pues también a nuestra obra —espeta—. 

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(En el centro de la conversación, Spooky erige una reflexión: un libro tiene tres dimensiones: la intelectual, la física y la espiritual. La dimensión intelectual es la más obvia, lo que dice el libro; la dimensión física, es lo que sientes cuando lo tocas y lo tienes entre las manos, y se siente el cuidado de algo que es una creación material; y en el tema espiritual, es la proyección de quien lo escribe haciendo una comunión con la proyección de quien lo lee, y es lo que eleva la obra a un universo infinito.)

—Hay una cuestión muy tradicional y otra que se radicaliza de esta. Pareces estar saliendo del mainstream. Escribes fábulas, un género antiquísimo, y le sumas la psicodelia. Una onda acaso joseagustinesca, rebelde. ¿Qué te llevó a tomar la decisión de escribir esto, de tal forma?

En el libro pongo una frase: pensamientos profundos y palabras sencillas. Es fondo y forma, es para mí lo que (eso) significa. Todo debe de estar abordado en el cuidado del fondo y la forma y hay que observar que es lo que viene bien en cada situación —señala—. Cuando empecé a escribir las fábulas, un amigo escritor me dijo: ¿quién, a estas alturas de la vida, escribe fábulas?, y dije: pues yo —recuerda—. Es hermoso que no sea parte de una tendencia, sino que sea la elección de un género que funciona para el fin que tiene el libro. No es que de pronto todo mundo este haciendo fábulas, al contrario: nadie estaba haciendo fábulas. Traté de tomar el género que mejor le servía a lo que yo quería comunicar, está el género al servicio del mensaje. Me pareció que la fábula y el cuento eran géneros oportunos, porque se comunican a través de metáforas que vuelven más digeribles conceptos que son difíciles de comprender. Y yo lo que quiero es acercar el mensaje a mayor número posible de personas, yo quisiera que la revolución nos alcance a todos, que nos haga justicia a todos la revolución. 

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—Quizá los niños no entiendan igual que los adultos todos los mensajes. Pero se trata de experimentar, que cada quien saque sus propias conclusiones, ¿no? —pregunto—. Pienso que en ningún momento quisiste hacer un instructivo para decirle a la gente cómo debería vivir su vida. 

—Pasó algo muy especial con los niños —confiesa—. Este libro yo lo escribí para adultos, no para jóvenes, adultos. Es decir, el libro no nació como un libro para niños, pero encontró una conexión con los niños: hermosísima. Hay una capa donde los adultos comprendemos ciertas cosas, y hay otra capa en donde los niños entienden a su modo algo parecido y cosas que ni yo había visto. El libro de pronto empezó a tener una vida independiente. Eso para mí es quizá de las sorpresas más bonitas que me ha dado el libro, porque si hay alguien a quien yo quisiera hablarle, sin duda sería a ellos, y se logró sin que fuera esa la razón principal.

—Eso habla de la vastedad de las intenciones, ¿no?—pregunto—.

—Somos seres conectados a la conciencia, y lo único que va cambiando es la forma en la que conocemos, el nivel de elaboración con el que conocemos la vida. Pero lo esencial está desde el principio, y el libro trata de tocar temas esenciales: el paso del tiempo, la conexión que existe entre todas las personas, la doble moral, el amor a la naturaleza y lo que estar separado de ella nos provoca, que somos seres luminosos. Entonces, como todos esos temas están sostenidos en algo primordial, en algo que como seres humanos llevamos dentro y podemos sentir.

—-¿Hubo intención siempre de incitar a los temas que provoca la lectura? Es decir, la paciencia, la calma, la observación. O, ¿fue más bien algo inevitable, casi natural? —pregunto—.

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—Pienso que hay algo de intuitivo que con el oficio uno va dirigiendo. La intuición es algo a lo que nos tenemos que acercar siempre, ahí vamos a encontrar las respuestas: siempre. Y luego ya viene la capacidad de cada quien de ejercer un oficio como el de escribir —cuenta—. Yo fui encontrando que en este libro y en el segundo (Fabudelúcas) hay temas que se vuelven recurrentes, y si yo lo observo, claro, son los temas que a mí me importan. Yo nunca lo hice intencionalmente, pero resultó que hay un hilo conductor entre algunas fábulas en ambos libros, porque me parece que son los temas que resuenan conmigo.

—Hay muchas referencias, unas pop y otras que no lo son en absoluto, de las que ahora rescato el camaleón que tiene el nombre de la canción de Culture Club. Es algo muy divertido, un goce como escritor —comento—.

—Es que es una delicia leer y una delicia escribir —expresa sin más—, y poder compartir a través de las letras, el corazón, es lo más bonito que a mí me ha sucedido. El libro está impregnado de muchas cosas de mi vida, de música, de lugares, de experiencias en ceremonias. Es muy extraño, porque no parece una autobiografía, pero está lleno de referencia autobiográficas, y sí, me doy la oportunidad de pronto de dejar pistas y poner detalles, que yo creo que es lo que va haciendo conexión con la gente. Son detalles humanos. Yo creo que cuando alguien pone un corazón en las páginas, un corazón lo lee: la conexión que se hace de corazón a corazón es más profunda.

—Y perdura más…

—Perdura mucho más, porque abre dimensiones —-reflexiona Spooky—. La conexión intelectual es muy obvia, muy precisa, tratamos intelectualmente de ponernos de acuerdo en algo. Y cuando hablamos desde el corazón, no importa tanto si estamos hablando de lo mismo: estamos sintiendo algo, y eso es suficiente. Si yo puedo compartir lo que siento, y eso te hace sentir algo a ti, no tiene que ser lo mismo, hermoso lo que quiera que suceda, (es) el misterio de la emoción humana.

***

Antes de que el café se terminara y el tiempo se agotara, Spooky espetó una valiosa sentencia alrededor de lo que su libro emana:

Generar algo, yo creo que esa es la razón de este mundo, porque el sistema busca lo contrario, busca aplanar todo, busca que todo se parezca porque cuando todo es igual es más fácil de controlar. Cuando empezamos a agitar las aguas el sistema no cabe, el sistema se vuelve loco, entonces, hay que agitar las aguas. Por definición, todos somos diferentes: la razón final de la existencia es tener un ángulo único de parte de cada quien que permita al ser supremo al espíritu divino conocerse desde un infinito número de perspectivas. El sistema las quiere homologar, el sistema las estandariza; el espíritu las enciende, permite que sea cada una diferente. ¿A qué le apostamos?

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