Por Ricardo Sevilla
La comunidad estudiantil vive horas de profunda consternación tras la muerte de un alumno durante un evento en el CCH Naucalpan.
La crónica de los hechos, que puede reportarse a través de los desgarradores testimonios del alumnado, dibuja un panorama de negligencia e incompetencia de parte de las autoridades universitarias.
Hacen bien los jóvenes (y sus padres) al exigir cuentas a las autoridades.
Y es que, de acuerdo con diferentes testimonios de gente que presenció el hecho, el joven que bailaba durante un evento musical, se desplomó inopinadamente ante la mirada atónita de sus compañeros.
Y aunque el comunicado oficial sostiene que los servicios médicos reaccionaron con oportunidad, la denuncia estudiantil asegura que la respuesta fue tardía.
Hay voces que aseguran que el estudiante falleció en el plantel, antes de ser trasladado al hospital.
Infelizmente, este trágico suceso no es un hecho aislado, sino la punta de un iceberg que revela una escalada de violencia en el CCH Naucalpan.
Aapenas el mes pasado, la agresión a un profesor con un arma punzocortante y, previamente, un ataque dentro de las instalaciones, revelaron un clima de inseguridad que las autoridades no pueden controlar.
De ahí que alumnos y profesores exijan la renuncia del director Keshava Quintanar.
Pero lo que más indigna es la nula respuesta del director general del CCH, Benjamín Barajas, cuya indolencia ante la gravedad de los hechos parece importarle poco.
Por otro lado, el silencio del rector Leonardo Lomelí alimenta la sensación de abandono.
La muerte de este joven no puede quedar impune.
La comunidad del CCH Naucalpan y la sociedad mexicana merecen respuestas y, sobre todo, garantías de que este tipo de tragedias no volverán a repetirse.
La renuncia de Keshava Quintanar y Benjamín Barajas no es solo una exigencia, sino un acto de justicia elemental ante una tragedia que enluta a toda la UNAM.
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