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Por Ricardo Sevilla

La vida de Marco Levario ha estado repartida en dos ocupaciones y dos metas bien diferentes: la primera como aspirante a periodista en una revista poca monta (Etcétera), y que le ha proporcionado lo necesario para subvenir a las necesidades de su mediocridad.

Y, por otro lado, sus aspiraciones literarias. Ambas le han granjeado una insignificante reputación que, más que su ambición, ha satisfecho su vanidad.

Etcétera, fundada por Raul Trejo Delarbre, aspiró a encumbrarse como la gran revista de periodismo y análisis político.

Lamentablemente, esta publicación jamás pasó de ser un limbo de palabras donde la rutina cotidiana y la mediocridad fueron la moneda de uso corriente.

Pese a todo, Levario tenía sueños. Y soñaba con la boca abierta en convertirse en el gran intelectual de México.

Y es que en el oscuro interior de Marquito bullía la ferviente esperanza de trascender las nimiedades del día a día a través del noble arte de las letras.

Tenía muchas esperanzas en que así ocurriera.

Alguna vez su mentor, Raúl Trejo Delarbre, pidió a su amigo Héctor Aguilar Camín que publicara dos obras mediocres del anodino Marco Levario. Con unos cuantos rezongos, los editores de Cal y Arena sacaron a la venta dos libelos mediocres, impresos en papel de mala calidad, “Chiapas, la guerra en el papel” y “Primera plana, la borrachera democrática de los diarios”. Fueron un fracaso rotundo y, como nadie los compraba, Luis Miguel Aguilar ordenó que los retiraran de las estanterías y, ahora mismo, ambos libros siguen poniéndose amarillos en los almacenes de las librerías.

Marco Levario, consciente de la insignificancia de su obra, cree que continúa en una etapa preparatoria, y en su fuero interno se considera a sí mismo como una máquina genial y de gran potencia que está construyéndose.

Lamentablemente, la realidad es muy distinta: y no quiere aceptar que no es ni periodista ni intelectual. Le duele entender que no es más que un simple mediocre.

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