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La historia de los papados tiene figuras monumentales, reformistas silenciosos, diplomáticos hábiles o mártires de convicciones firmes. Francisco tendrá un lugar especial al haber hecho de la infancia una trinchera desde donde combatía la injusticia brutal contra ella.

Desde el inicio de su pontificado, Jorge Mario Bergoglio repitió con insistencia una frase convertida en consigna pastoral: “una sociedad que no cuida a sus niños no tiene futuro”. No dice problemas ni desafíos, advierte ausencia de futuro. Sentencia sin matices demandante de políticas públicas y responsabilidades concretas.

El Papa Francisco hizo del drama migrante uno de los campos más consistentes y de dolorosa labor en su pontificado. Los informes de organismos internacionales hablan de más de 43 millones de menores de edad desplazados en el mundo: 17 millones refugiados, 23 millones desplazados internos y más de 3 millones en situación de asilo, según cifras de ACNUR y UNICEF.

Esos datos los convirtió en nombres. En la isla de Lampedusa —paso de miles de migrantes africanos— pidió perdón por la indiferencia del mundo ante los naufragios del Mediterráneo, pero sobre todo por el silencio frente a niñas y niños ahogados en brazos de sus madres, sin ser nombrados ni reclamados.

La dimensión infantil de la migración estuvo entre los ejes más urgentes de su denuncia. Un menor de edad solo entre fronteras no es un tema de seguridad nacional, es una vergüenza global, lo mismo en Lesbos como en Texas.

Su insistencia no era moda. En 2014, cuando apenas llevaba un año en el cargo, dijo con claridad: “Los niños son los grandes excluidos de nuestra época. No tienen voz, no tienen voto, no tienen lobby. Por eso, deben estar en el corazón de la Iglesia”.

En un mundo donde cada minuto se desplaza un niño por la guerra, el hambre o el cambio climático, la pregunta no es qué hacer con ellos, sino qué tipo de humanidad construimos cuando permitimos el cruce fronterizo de un menor de edad sin familia alguna.

Cuidarles no es opción pastoral, es obligación política. Priorizarlos es obligación comunitaria como es legado papal. Implica cambiar presupuestos, discursos, repensar la economía, la ciudad, la ley, desde la altura de las niñas y niños. Es motivo de políticas públicas progresistas encaminadas a garantizarles educación o seguridad.

Hay avances en las estructuras impulsadas en la Ciudad de México por la jefa de Gobierno, Clara Brugada, para ofrecerles apoyo desde la primera infancia, o en la apertura de líneas como 9-1-1 o *765, operadas por el C5, para protegerles en situaciones de emergencia o violencia y en diversos programas sociales incluyentes de sus cuidadores.

El Papa Francisco devolvió a niñas y niños la centralidad. Marcó un rumbo para una humanidad protectora.

 

     @guerrerochipres

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