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Saber cosas elementales de la infraestructura de los hospitales, o de casi cualquier infraestructura del estado, debería ser sencillo. Lo fue, hasta hace un par de años.

Sin embargo, conforme se va cambiando el andamiaje de las instituciones que garantizan el acceso a la información, el Estado hace cada vez más complejo acceder a los datos. Estamos avanzando a oscuras. El problema es que ahora no solo falta la información que se puede pedir, sino la que ya existía por oficio.

Durante las administraciones tanto del PAN como del PRI, organizaciones civiles y grupos relacionados con el acceso a la información presionaron frecuente y exitosamente por hacer de los datos del Estado, información pública. Esa práctica se perdió y la propuesta en la administración actual es que el gobierno transparentará los datos porque tiene buenas intenciones.

Saber qué números tiene el gobierno federal o local, puede contribuir a un monitoreo de los recursos, a un análisis de las políticas públicas o simplemente un inventario al que teníamos acceso.

Voy a referirme en particular al caso de los datos de salud sobre los establecimientos hospitalarios. Durante 8 años, desde 2017, la secretaría de salud proporcionó información disponible en datos abiertos.

La información contribuía a vigilar y mejorar las políticas públicas. Con una base de datos se podía saber dónde estaban ubicados los hospitales, sus capacidades, de quién dependían y sobre todo el número de camas y consultorios con las que contaban.

Ese dato permitió a algunos estudiosos analizar la relación entre el número de camas disponibles en un hospital y la calidad de vida de una comunidad. O conocer si la ampliación de las camas servía para una atención de calidad o cifras similares.

Pero a partir de febrero de 2023 los datos del número de camas ya no estaban disponibles en la página de la secretaría de salud.

Las bases de datos actualizadas en los meses subsecuentes también dejaron esa información de lado, por lo que las bases de datos ya no son comparables.

Perdimos una herramienta. Quizá suena poco el valor que aportaban algunos de esos números, pero permitía dar un seguimiento. Su utilidad puede quizá explicarse mejor con un ejemplo concreto: con esos datos se pudo determinar, por ejemplo, el poco crecimiento real en la infraestructura durante la pandemia de Covid-19.

El número de camas en los hospitales de México se mantuvo constante. Lo que cambió fue el manejo que se les daba durante la crisis. Eso costó vidas, que se reflejaron también en cifras.

Y aquí la duda genuina: cuando dejamos de tener acceso a información que parece ser elemental, ¿qué perdemos realmente?

Creo que vamos perdiendo, además de luz sobre las gestiones de gobierno, solidez en el escrutinio que podemos hacer. Y ese es el riesgo, que no haya parámetros para comparar si las decisiones que toman son las adecuadas.

Andar a ciegas y evaluar solo con actos de fe, nunca ha sido una estrategia exitosa.

 

      @Micmoya

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