Los Gobiernos del estado y el municipio de Oaxaca anunciaron el Festival de Primavera “Rodolfo Morales”, a celebrarse del 20 al 30 de abril.
Dicho evento, a celebrarse en una veintena de puntos de la capital oaxaqueña, rendirá homenaje al también conocido como “el señor de los sueños”, y uno de los últimos pintores surrealistas más destacados del siglo XX, contemporáneo de artistas como Tamayo, el festival que ostenta su nombre fue creado y orgazinado por él en los 90, con la intención de fomentar la pintura en su entidad.
Tras años de no celebrarse, las administraciones de Salomón Jara y Raymundo Chagoya, decidieron retomarlo, y la edición de este año coincide con el centenario del natalicio del artista y el 493 aniversario de la capital oaxaqueña.
Al respecto del evento, que ofrecerá conciertos de Los Ángeles Azules y Molotov, el alcalde de Oaxaca, dijo que el Festival será para celebrar a la histórica ciudad.
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“También, por supuesto, hay eventos ya de mucho más envergadura, como lo son los conciertos que tenemos de Los Ángeles Azules del 25, que el 25 es el día principal, ya que es el aniversario de la ciudad, como les contaba, 493 aniversario, y el 28, con la presencia de Molotov, ya casi al cierre, para celebrar, por supuesto, a nuestra ciudad”, subrayó.
Rodolfo Morales “El señor de los sueños”
Morales nació el 8 de mayo de 1925 en Ocotlán de Morelos, Oaxaca y fallecido el 31 de enero de 2001, es considerado uno de los más importantes del panorama plástico mexicano del siglo XX.
La inclinación de Rodolfo Morales por los pinceles comenzó a una edad temprana, casi como el vínculo para reconocer las dimensiones de ese extraño mundo que lo rodeaba. Descubrió desde joven que la pintura no siempre se plasma en trazos lineales, que es a veces más bella si no es tan perfecta, sólo en esa forma muestra su humanidad, su hechizo, las manos manchadas de aquel que se atrevió a crearla.
Admirador, según contaba, de las valquirias, diosas y musas que le quedaron a deber noches de insomnio y le obsequiaron algunos cálidos sueños, se quedó con los deseos de conocer a María Izquierdo, “una hermana cuyos trazos lo inspiraron durante muchos años”.
Desde 1992 el pintor estableció la Fundación Cultural Rodolfo Morales A.C., institución al rescate del Patrimonio Arquitectónico y Cultural de los Valles Centrales de Oaxaca; a la restauración de monumentos históricos; a la promoción del arte popular, la música y las artes escénicas; a la preservación de las tradiciones y el apoyo a obras sociales, además de organizar, con el apoyo del Conaculta, el Festival Rodolfo Morales que reúne a las galerías de Oaxaca, al lado de otras expresiones artísticas y culturales.
En 1947 se enteró de que en la capital existía una Escuela Nacional de Artes y sin tener más idea que la de seguir aquel “oficio de pintor” decidió emprender el viaje. Decía no tener la más mínima idea del tejemaneje de las exposiciones ni de la obra aceptada comercialmente, lo único que deseaba, según recordaba, “era trabajar como artista”.
La Ciudad de México marcaría su inclinación hacia la libertad de los trazos, aún con las ideas ortodoxas de la época; en la capital encontró un medio para expresar su estilo. Aquella época de estudiante la mencionaría en varias entrevistas como una de las más felices. “Existía una especie de electricidad en el aire, un espíritu de cambio y búsquedas creativas, todos los estudiantes querían revolucionar el mundo del arte”.
Fue en esa etapa cuando conoció la obra de Rufino Tamayo en una exposición montada en el Palacio de Bellas Artes y desde entonces comenzó a sentir una gran admiración por su paisano.
Cuando concluyó sus estudios de pintura en 1953 dedicó su tiempo a impartir clases de dibujo y pintura en la preparatoria No. 5, una actividad que se alargaría por más de 32 años. Como maestro, Morales se convirtió también en su propio alumno; presenció los diferentes estilos que las nuevas generaciones intentaban desarrollar y también se dio cuenta que es imposible “enseñar a pintar”, que los elementos didácticos más importantes en este campo son dar libertad y motivación al alumno.
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Durante muchos años, combinando aquella docencia, se dedicó a pintar lo suyo, a descubrir ese estilo que era como “quitar capas a la cebolla”; el que con colores y trazos, desenterrando cada día formas de la conciencia, lo acercaba más a ese núcleo personal, ahí donde se encuentra “el yo que siempre ríe, el que siempre está contento, el que no hace alardes ni envidia a nadie”, comentó Morales recordando esa primera exposición individual en 1973.
Por más de 10 años expuso en las galerías más importantes y su obra comenzó a formar parte de las principales colecciones. Sería en 1985, un día después del temblor de septiembre, cuando empacaría maletas y regresaría a su natal Ocotlán, a su antigua casona de dos patios construida en el siglo XVIII. Desde su estudio de pintura había una excelente vista de todo el pueblo. Contaba con un segundo estudio o taller donde guardaba todos esos objetos que había recolectado en sus viajes y que servían para elaborar sus conocidos collages.
“Cuando llega la fama a los muertos los endiosan, les borran su esencia humana, se olvidan de los defectos y enaltecen sus virtudes. El artista que dedicó toda su vida a expresar su humanidad se vuelve más inhumano que nunca, un icono, un busto de bronce cacarizo por el polvo del tiempo, y entre más años pasan, más terreno ganan los comentarios de otros, se vuelve famoso hasta el amigo del primo del muerto, y la obra, el trabajo, debe lograr conservar ese sentido, esa inocencia inicial de sus colores”, reflexionaba Rodolfo Morales en entrevista en 1994.