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Mario Vargas Llosa creyó, alguna vez, que escribir y hacer política eran una misma forma de combatir la barbarie. Por eso, cuando se lanzó a la presidencia del Perú en 1990, lo hizo con la convicción del novelista que escribe su obra maestra. Perdió contra Alberto Fujimori, pero su incursión selló una faceta más del intelectual que hizo de la política no sólo un tema literario, sino una batalla personal.

El Nobel de Literatura, fallecido en Lima a los 89 años, transitó de la izquierda al liberalismo durante su vida intelectual. De joven militó en una célula comunista en la Universidad de San Marcos, idolatró a Fidel Castro y se embelesó con la Revolución Cubana. Sin embargo, el desencanto fue implacable. La represión de poetas como Heberto Padilla y la intolerancia del régimen castrista lo empujaron hacia el liberalismo, una ideología que luego defendería con el mismo ardor con que antes combatió el autoritarismo.

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Esa transformación marcó su distancia de Gabriel García Márquez, a quien admiró profundamente. Amigos, vecinos en Barcelona y hasta compadres, su relación se quebró por diferencias ideológicas.

Mario Vargas Llosa contra dictadores

Cuartoscuro

Crítico de los autoritarismos —de derecha o izquierda—, Vargas Llosa se pronunció contra dictadores como Augusto Pinochet o Iósif Stalin, y denunció con igual firmeza lo que consideró desviaciones populistas, incluso en gobiernos democráticos.

México fue blanco de sus advertencias: llamó al priismo “la dictadura perfecta” y acusó a Andrés Manuel López Obrador de representar un retroceso autoritario. El presidente mexicano le respondió tildándolo de desinformado y conservador, pero el escritor no cesó en su crítica.

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Vargas Llosa descubrió la política desde que era menor, cuando un golpe de Estado en Perú derrocó a un pariente suyo, el presidente Bustamante y Rivero. Desde entonces, el rechazo visceral a los dictadores se convirtió en una constante moral de su vida. “La más mediocre democracia es preferible a la más perfecta dictadura”, escribió en 2021.

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