A sus 83 años, Bernie Sanders no se retira. El senador por Vermont, símbolo de la izquierda estadounidense, volvió al ruedo político con la gira Fighting Oligarchy, un llamado a resistir lo que él considera una deriva autoritaria encabezada por Donald Trump. Pero más allá del fervor y las multitudes, su cruzada expone la fragilidad de un progresismo dividido en Estados Unidos.
El fin de semana, en Los Ángeles, Sanders congregó a más de 30 mil personas —según sus cifras— en lo que calificó como “la convocatoria más grande que jamás hayamos tenido”. Lo acompañaron los músicos Neil Young y Joan Baez, así como la congresista de origen puertorriqueño Alexandria Ocasio-Cortez.
“Un puñado de millonarios controla la vida económica y política de nuestro país”, denunció el senador, quien volvió sobre los temas que definieron su carrera: justicia social, salud pública, cambio climático, derechos laborales y crisis del costo de vida.
Horas después, su aparición sorpresa en el festival de Coachella, donde instó a los jóvenes a “levantarse y luchar por la justicia”, fue una jugada simbólica: el veterano político hablándole al futuro, sin prometer el poder, pero apelando a la conciencia.
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Sin embargo, el contexto que rodea al político progresista es menos alentador. En California —territorio que alguna vez le dio impulso—, propuestas como el sistema de salud universal perdieron impulso. Varias figuras demócratas giraron hacia el centro. De acuerdo a analistas estadounidenses, la izquierda demócrata, lejos de consolidarse, parece diluirse.
Pese a ello, Sanders no claudica. Busca, en palabras propias, “renovar el espectro político desde abajo”. Su retórica, aunque reiterada, sigue tocando fibras: indignación ante la desigualdad, esperanza en la juventud. Pero su cruzada también deja entrever la paradoja: al tratar de unir a la izquierda, revela su fractura.
Bernie Sanders, quien marchó junto a Martin Luther King Jr. y fue alcalde independiente en los años ochenta, nunca fue un político convencional. Hoy, no parece aspirar a un cargo, sino a preservar una visión que, pese al desencanto, aún resuena.