En días recientes, hubo cierto ruido mediático y en redes –no realmente un escándalo: la tv gubernamental no da para tanto, porque no la ve ni quien firma la nómina– por un programa en el que Gatell, el de los 800 mil muertos; el del mansplaining con las reporteras; el de la abyección ante el presidente, fuerza moral y no de contagio; el de la ridiculez del semáforo pandémico; el que se dedicó a mentir con los números de contagiados, muertos y vacunas contra el Covid, que hizo lo posible por no comprar; el que quería convertir el sistema de salud en un sistema cubano, ese donde no hay literalmente ni sábanas, y el que no se puso cubrebocas cuando estaba enfermo, hace el chiste de darle resucitación cardiopulmonar al titular del programa, antesala a una conversación impecablemente libre de sentido crítico. Sí: Gatell resucita en la televisión oficial.
Hay varias conclusiones que sacar de este ruidito. La primera es que, por enésima vez, se confirma que en la 4T hay una impunidad como no se había visto nunca. Sigue impune Rocha Moya, quien, incluso, se permitió mover la gelatina en la clase masiva de box, mientras hacían una masacre en un centro de rehabilitación; sigue tan tranquilo El Cuau y sigue como si nada el Doctor Muerte, con todo y que no es para nada uno de los consentidos de esta administración, que no lo hace rendir cuentas por la carnicería que armó con la pandemia, como podemos ver, aunque, por fortuna –algo es algo–, no parece incluirlo en sus planes de salud pública, al menos no en aquellos que tienen un mínimo peso.
La otra conclusión, tampoco nueva, es que con la televisión gubernamental, como con todo, se perdió ya cualquier propensión al disimulo. Se hace, sin más trámites, publicidad al establishment político, hasta en sus aspectos más repelentes e incluso (no hablemos de las barras de opinión y los foros de debate con “especialistas”) en programas de orden digamos cómico (en el supuesto de que la comedia acepte el piropo de un funcionario: “humor oficialista” es una contradicción en los términos), sin siquiera una pausa para pensar en lo que se comunica sin pretenderlo.
Porque vaya con el acto fallido. Imagínense: tratar de hacer pasar a Gatell por un hombre simpático, definición de la derrota de antemano, por la vía de ponerlo a actuar de un falso doctor, con dinero de los contribuyentes, haciendo como que le salva la vida a un ciudadano. Supongo que habrá que agradecer que no le pusieron un tanque de oxígeno de utilería. O un detente.
@juliopatan09