En los últimos días hemos sido testigos de hallazgos que podrían ser una de las últimas —y más cruentas— llamadas de atención a nuestra insensibilidad como individuos y como colectividad.
Lo que hemos visto en décadas, acentuado desde el inicio de la improvisada guerra contra el narco de Felipe Calderón y que ha alcanzado niveles críticos, tras la estrategia fallida en materia de seguridad de Andrés Manuel López Obrador, tendría que ser suficiente para impactar y movilizar a toda la sociedad. No ha sido así, nos hemos rendido y acostumbrado a la violencia criminal sin siquiera detenernos a valorar en lo que nos hemos convertido.
El oxígeno que nos mantiene despiertos son las valientes mujeres, hombres y grupos que buscan desesperadamente a sus familiares, exigiendo justicia y contribuyendo, de forma generosa y heroica, a que nadie más transite por el infierno en el que ellos y sus familias se encuentran.
Abrazos, no balazos, como una de tantas frases cuyo objetivo era la propaganda política, y que forma parte de una estrategia populista —bien conocida y explorada en estos tiempos—, resultó, en los hechos, en una política de laissez faire, laissez passer, de una irresponsabilidad indolente que dejó acrecentar el poderío y control de diversos grupos de la delincuencia organizada sobre el territorio nacional y que nos tiene hoy atrapados en una crisis sin precedentes.
El Gobierno de México ha hecho énfasis en una disminución de la tasa de homicidios como principal criterio para concluir que su estrategia ha dado resultados, cuando lo que estamos viviendo va desde un aumento alarmante de desapariciones, masacres, hallazgos de fosas clandestinas y campos de reclutamiento, hasta el control de gran parte del territorio de los diversos grupos delictivos, no solo para el desarrollo del que fuese su principal fuente de ingreso: el trasiego, venta y producción de drogas; sino para la extorsión y cooptación de distintas actividades económicas que impactan cada vez a más sectores productivos de la población.
En días pasados, la presidenta Claudia Sheinbaum aceptó que las desapariciones son prioridad nacional. Es positivo que se reconozca el problema y se cambie el discurso como primer paso para avanzar y distanciarse de lo que para AMLO fue más una lucha política que una por la justicia —en seis años de gobierno no le entró a una reforma a las fiscalías, parte toral del problema, pero sí impuso la del Poder Judicial que lo agudizará—.
Sheinbaum busca recuperar el Estado mexicano con una estrategia evidentemente diferente a la de su antecesor, sin embargo, los flancos abiertos son muchos, los recursos escasos y la capacidad muy limitada, además de que distintos actores políticos son parte integral del sistema de descomposición.
En un país donde la impunidad es escandalosa, no se puede dejar de señalar responsables, identificar estructuralmente el problema y exigir resultados. Como ciudadanos debemos aprovechar este punto de inflexión para asumir lo que nos toca y actuar en consecuencia: ser parte de la solución. Está en juego el futuro y la paz —los verdaderos abrazos, que hoy tanto se echan de menos—
@isilop