El 4 de marzo se conmemora el Día Mundial de la Obesidad. Como muchas otras efemérides, su propósito es concientizar sobre este problema y promover soluciones. Lamentablemente, la desinformación en torno al tema sigue siendo abundante.
Lo primero es señalar lo evidente: la obesidad afecta la salud. Este padecimiento propicia enfermedades como la diabetes y la hipertensión arterial, además de reducir tanto la esperanza como la calidad de vida.
En México, la obesidad es considerada una epidemia debido a su alta incidencia en la población. Alrededor del 70 % de los mexicanos tiene sobrepeso y casi una tercera parte sufre obesidad. Es, objetivamente, un problema que ha llegado al ámbito de las políticas públicas.
Otro aspecto importante es que los estudios sobre la obesidad surgieron tarde en la historia. Fue apenas en el siglo XVI cuando comenzaron a publicarse textos científicos sobre el tema. Para que nos demos una idea de lo reciente que es su estudio serio, fue hasta 1816 cuando el cirujano William Wadd la consideró, por primera vez, una enfermedad.
Durante siglos, la humanidad especuló sobre este padecimiento. Hipócrates fue de los primeros en vincularlo con la muerte repentina. Platón ya proponía dietas saludables y equilibradas para mejorar la calidad de vida.
Los primeros cristianos asociaban la obesidad con el exceso en la comida. Desde los primeros siglos del cristianismo, la gula se consideró un pecado: comer en exceso no era propio de un cristiano. Sin embargo, durante buena parte de la Edad Media, la obesidad se interpretaba como un signo de riqueza.
Pero la obesidad no se debe únicamente a una alimentación excesiva o desbalanceada. Factores genéticos y culturales también influyen en su desarrollo. Por ejemplo, en México no existe una cultura arraigada de acudir regularmente con un nutriólogo. Por otro lado, este padecimiento también ha sido objeto de discriminación. Términos como “gordo” han adquirido una fuerte carga despectiva.
No cabe duda de que enfrentamos un problema que exige soluciones integrales. México vive una epidemia de obesidad y es urgente actuar. Pero no basta con medidas superficiales: es necesario diseñar estrategias que ataquen las causas de raíz, muchas de ellas de índole cultural.
Somos un país con un paladar acostumbrado al azúcar. Nos gustan los refrescos y las garnachas. Aunque se han implementado estrategias como la imposición de sellos en productos, la eliminación de personajes en envolturas y la prohibición de comida chatarra en las cooperativas escolares, aún hay muchos frentes pendientes.
Sapere aude!
@hzagal