Por Eduardo López Betancourt
El viejo se encuentra en sus últimos momentos, rodeado de una familia que lo rechaza y lo critica. Su hija mayor se preocupó, él la ofendió y ella se alejó molesta; la segunda de sus hijas prefiere esperar su muerte, considerando que no merece ningún lazo de afecto; dos de sus hijos varones han mostrado repudio por el viejo. Uno de ellos, enamorado de su amigo, lo prefiere sobre la compañía de su padre y el otro sigue su ejemplo; la esposa, por su parte, se arrepiente de haberse casado con alguien mayor y constantemente le recrimina: “Tuve la oportunidad de casarme con una persona joven, pero no la aproveché”. El viejo se da cuenta que su vida ha sido un fracaso, causó daño a su familia y sembró rencor. Su único consuelo es una hija que vive en el extranjero, quien se preocupa por él y lo quiere.
Hay algo que el viejo debe considerar en sus últimos momentos, sobre si la gran fortuna que acumuló a lo largo de los años, debe ser destinada a un fin noble. Por lo descrito, sus hijos no merecen heredar su riqueza, tampoco su esposa. La familia del viejo debe tomar una decisión importante y rechazar la herencia, para permitir que la fortuna sea destinada a beneficio de niños huérfanos que enaltezcan la memoria del viejo.
En medio de tanto rechazo y dolor, hay una figura que se destaca por su bondad y dedicación, la tercera hija del viejo, quien, a pesar de su carácter difícil, se ha acercado a él y, con cuidado y paciencia le administra sus medicinas y le brinda compañía. Aunque su presencia no es constante, su esfuerzo por cuidarlo es un rayo de esperanza.
¿Qué decir de los demás hijos del viejo? ¿Por qué han elegido el camino de la ingratitud? Es sorprendente cómo han olvidado el más básico y fundamental de los deberes, el respeto y el agradecimiento hacia aquel que les dio la vida, por el solo hecho de haberles engendrado. Cualquier error que el padre haya cometido, es infinitamente menor comparado con la gloria de haberles dado el regalo invaluable de la vida.
Es hora de que los hijos del viejo reflexionen y se den cuenta de que su actitud es injusta. Deben recordar que su padre les brindó oportunidades que ellos no habrían tenido de otra manera. La ingratitud y la mala gratitud son pecados que pueden tener consecuencias negativas. Es momento que los hijos del viejo muestren la gratitud y el respeto que su padre merece.
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