Por Salvador Guerrero Chiprés
“¿Cuál es la urgencia?”. “Ya se te pasará”. “Deben ser cosas de la edad, está en la adolescencia —o en la vejez, según sea el caso—”. “Solo es tristeza”.
Las anteriores suelen ser respuestas frente a los problemas de salud mental, principalmente depresión, ansiedad o estrés, y reflejados en su mayoría en adolescentes y personas jóvenes.
En realidad, no son situaciones para postergar en su atención. La salud mental es tan importante como la física, y puede conducir a riesgo suicida.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, una de cada ocho personas en el mundo, el equivalente a 970 millones, padece un trastorno psicoemocional. En México, según la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado del INEGI, el 19.5 por ciento presenta síntomas de ansiedad y 19.5 de depresión.
Sí es un asunto urgente. Más al considerar que el 52.5 por ciento de los suicidios se concentran entre los 15 y 34 años.
Para garantizar la atención, bajo la noción de la salud mental como un derecho y no un lujo, en la Ciudad de México la Jefa de Gobierno Clara Brugada inauguró el Centro de Cuidado de las Emociones, en Tlalpan, y anunció la transformación del Instituto para la Atención y Prevención de las Adicciones por el Instituto para la Atención a la Salud Mental y las Adicciones al frente del cual continuará Amaya Ordorika.
Una política pública que prioriza un tema sanitario estigmatizado e invisibilizado, ahora dimensionado por la secretaria de Salud, Nadine Gasman, como parte de la “canasta básica del autocuidado”.
Hay una creciente disposición ciudadana hacia la búsqueda del bienestar psicoemocional. La pandemia hizo público aquello mantenido entre cuatro paredes o en conversaciones familiares.
La voluntad política de Brugada y su equipo de trabajo hacen de la salud mental un derecho a la vida plena.
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