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La épica de Brady Corbet tiene muchos puntos a su favor.

 

Por favor, comité de votación de los Oscar, hagan lo que les toca y premien a The Brutalist.

Está bien, aún no he visto Emilia Pérez, pero he escuchado tanta crítica negativa, tanta controversia y tanto odio en contra de ella que ni se me antoja verla. Sólo si la veo, igual y me sorprende. Lo dudo.

Tampoco estoy nombrando a The Brutalist como la más merecedora a Mejor Película (creo que ese galardón debería de obtenerlo Dune: parte 2 o La Sustancia), pero es el largometraje cuyas características huelen, saben y se sienten a Oscar.

En la cinta de Brady Corbet, seguimos la vida de László Tóth, un arquitecto húngaro que migra a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial y llega a estas tierras a buscar oportunidades. Su suerte cambia cuando conoce a Harrison Lee, un magnate americano que ve potencial en él y lo apoya en su carrera artística. No quiero darles muchos detalles sobre la trama para no arruinarles la experiencia, mas la cinta da un nuevo giro al subgénero de la pesadilla americana. Acuño este término al hablar de historias como la de Belleza Americana (1999), Psicópata Americano (2000) o Petróleo Sangriento (2007), cuyas temáticas centrales son la falsa promesa de prosperidad y bienestar que vende el capitalismo, el cual también asegura una vida de ensueño pero muchas veces la realidad es más bien un American nightmare.

La producción se siente fresca al mostrarnos una perspectiva poco conocida: la de un arquitecto, judío y húngaro. Lo que vemos en pantalla se siente épico y a la vez personal. Esa combinación se logra gracias a la profesión del personaje, pues su día a día se relaciona con la creación de dibujos, maquetas y obras monumentales. Con un presupuesto de 10 millones de dólares y filmada en el formato VistaVision—dando una sensación de estar situada en otra década—, esta brutal experiencia tiene de todo: momentos de alegría, risas y romance; momentos de tragedia, enojo y desilusión. Y Adrien Brody, Guy Pearce y Felicity Jones lo dan todo en sus papeles.

Aún no sé qué pensar sobre el rol que la inteligencia artificial tuvo para “arreglar” los acentos de Brody y Jones cuando hablan en húngaro, pero será interesante ver si sus victorias o derrotas generan controversia en la era digital.

El final me causa ruido, mas lo sentiría muy merecido si The Brutalist se lleva el Oscar. Aunque no sea la mejor o la más original del montón.

 

IG:   @thefilmfluencer

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