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Casi cuatros luego de la irrupción de Tamara Trottner en el panorama literario hispanoamericano con la publicación de Nadie nos vio partir (2020), se publicó Pronunciaré sus nombres (2024), otrora precuela e historia pedida, según palabras de la autora, por las mismas lectoras y lectores que deseaban leer más de esa historia familiar que en un principio ella misma se preguntó si alguien querría leer.

Amabas historias —cuenta la especialista en literatura en entrevista telefónica con este medio— las tenía metidas en las vísceras desde muy chiquita”.

Sin embargo, en el caso de su primera novela, que se encuentra ya en producción para convertirse en una serie original de Netflix, confiesa:

“Decidí escribirla después de que me reencuentro con mi papá, después de 30 años de no verlo y demás, y él me cuenta su parte de la historia, su verdad, y me doy cuenta que su verdad es tan verdadera como todas las otras que había yo escuchado a lo largo de la vida. Y entonces me doy cuenta que ya voy a poder tener una novela que no va a ser maniquea, no va ser blanco y negro, buenos contra malos, sino (que) va exponer nada más la situación”.

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Lo curioso, dada la importancia del origen, es que comenzó esta historia con la propia de sus abuelos porque, dice, “había que poner como contexto de quiénes eran estas dos familias que se pelean y qué sucede, porque creo que eso también les da sus razones para actuar un poco como actuaron”.

“Yo tenía esa historia de mi abuelo guardada porque, cuando mi abuelo muere en 1985, yo me encuentro una fotografía a blanco y negro de un joven parado frente a un barco, y le pregunto a mi abuela: “¿Y esta fotografía de qué es?”, y ella me dice: “Es tu abuelo cuando iba a zarpar”, y dije: ¡wow! ¡Cuántas historias debe haber habido en ese barco, en ese momento de la historia!

“Yo ya había entrevistado a mis abuelos… Más que entrevistado, platicado con ellos: les hacía preguntas, a mi abuela incluso la grababa yo en estos casets chiquitos que había en grabadoras, porque me interesaba mucho saber sus historias, aunque no sabía para qué, pero quería saber”, cuenta la también autora de Un último pedazo de bruma (2001) antes de confesar que gran parte de “la culpa” de seguir contando esta historia tan personal fue el deseo de todas las personas que le escribieron con el deseo de poder leer más. “(Porque) hay una historia que, a pesar de ser de mi familia, refleja la historia de muchas otras personas”.

Foto: Alfaguara.

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—¿Cómo saber hasta dónde contar? ¿Cómo decides hasta dónde narrar y cómo es que entra la ficción en toda la memoria personal que retratas? —pregunto—.

—¡Yo, me fui de bruces! —espeta la escritora sin más—. Me desnudé completita y conté todo. La parte de autoficción, cuando yo digo que son autoficción, es un poquito en este tesón de Serge Doubrovsky, que en los años 70 dijo que cualquier persona que quisiera escribir autobiografía, en realidad estaba escribiendo autoficción, porque la memoria es selectiva: nos acordamos de unas cosas y no de otras, olvidamos aquello que no nos conviene, entonces, yo entiendo que a pesar de que yo me abrí por completo y conté todo lo que yo sentía y siento que es la verdad, evidentemente ahí hay cosas de memoria que no sé si son o fueron, pero nadie va saber eso porque, ¿quién conoce la verdad verdadera, no? Las verdades son muchas.

Es una historia dividida en dos fundamentos: la memoria y la reconstrucción de los hechos. En Nadie nos vio partir “cuento exactamente lo que yo recuerdo”, señala, y, en Pronunciaré sus nombres está “todo lo que investigué, todo lo que leí”.

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—“Pronunciaré sus nombres” —enuncio para volver a los planteamientos principales—. ¿De dónde viene ese título?

—Es una de las frases de la novela —confiesa la autora—. Para mí era muy importante porque yo entendí, cuando empecé a estudiar y a leer y a ver todo lo que habían hecho estas personas de principios del siglo XX para sobrevivir, dije: “Dejaron un legado que hay que honrar”. Y hace un año nació mi nieta, Cassandra, que es a la que está dedicada la novela, y me dije: “Esta niña no va tener idea de quiénes son sus bisabuelos, y obviamente no más allá, ni cómo se llaman”, entonces dije: “Hay que pronunciar sus nombres para mantenerlos vivos, para mantener vivo el legado, para honrar todo lo que tuvieron que hacer para sobre vivir y llegar a México.

—Y en ese tenor, me parece que nos dices, sin decirnos, que uno de los legados, si no es que el legado más importante es la memoria, sobre todo la familiar ­—expreso—.

—¡Por supuesto! —señala—. Y ahora lo digo mucho, en entrevistas y en clubes de lectura, por favor: si tienen abuelos vivos, papás: ¡pregúntenles, averigüen, sepan su historia! Porque sí me di cuenta, al estar investigando muchísimo esto, Demian, empecé a darme cuenta cuáles eran mis verdaderas raíces y muchas de mis actitudes y muchos de mis pensamientos que ni siquiera sabía de dónde venían, ya entendí por qué. Sí creo que conocer nuestra historia familiar es muy importante —espeta la también cuentista—.

—¿Fue más complejo escribir esta novela o Nadie nos vio partir? —pregunto aludiendo al arrojo que implicaron ambas—.

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—Las dificultades fueron distintas. Nadie nos vio partir al ser la primera novela importante que escribía, incluía miedo y muchas dudas, y además, al ser una historia en la que sí me desnudo yo como escritora y como personaje, pero al mismo tiempo desnudo a toda mi familia, me costaba trabajo el “qué van a decir” o “qué van a pensar”. Esa parte que siempre cuesta un poco de trabajo. En Pronunciaré sus nombres la dificultad fue más de investigación, estuve muchísimo tiempo leyendo, investigando, buscando información porque quería que toda la parte histórica, de la Historia con hache mayúscula, fuera exacta, para luego poder hacer esta historia… Porque, sabes —se interrumpe— me di cuenta que la Historia está hecha de estadísticas, entonces dicen: murieron seis millones acá, murieron tres millones, vivieron doscientos. Y dije, cada uno de esos números es un ser humano con anhelos, con esperanzas, con sueños, con miedos… no podemos nada más ponerle estadística. Entonces sí quise investigar mucho lo grande, y al mismo tiempo quién era cada una de esas personas, cómo miraban, qué comían, qué miedos tenían, Para hacerlo más humano… —espeta—.

—Esto permite que la historia prescinda de frivolidad…

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—Exacto —responde rápidamente Tamara—, eso lo que traté, que no tenga esos datos fríos de la historia, sino la humanidad de cada una de esas personas que merecen ser nombradas. Por eso pronuncio sus nombres…

—En esa misma línea, y creyendo yo que todas las historias son de alguna manera historias de amor, observo que aquí también hay una especie de identidad y de supervivencia que se suman a esa historia de amor —intento reflexionar—.

—Claro: hay toda la supervivencia, la identidad y, como dices, una historia de amor hermosísima entre mi abuelo y mi abuela, que los dos llegaron a México por error, (pues) los dos querían llegar a Nueva York y cada uno por su lado acabaron en México, y nunca terminaron de agradecer a este país que los recibió con los brazos abiertos, que les permitió desarrollarse, hacer su familia, entonces, es un amor entre ellos y un amor muy fuerte por México.

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Finalmente, Tamara confesó, entre otras cosas, que ese día se enteraría de la fecha de estreno de la adaptación de su novela en Netflix y dejó entrever que algunos de esos libros y autores que le acompañaron en la escritura de esta segunda novela, Pronunciaré sus nombres, publicada con Alfaguara, son El mundo de ayer de Stefan Zweig (cuya impronta se encuentra en el epígrafe), Siento la furia bostezar de Iván Cherem (que también está en el epígrafe), la aclamadísima Hamnet de Maggie O’Farrell y Un caballero en Moscú de Amor Towles.

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