Hace algunos años, Bernardo Fernández, mejor conocido como Bef, escribió –con hiperbólica exageración, por supuesto aderezada de un fanatismo innegable– en una especie de recorrido biográfico, que José Ignacio Solorzano (Jalisco, 1963), JIS, era, no sé si indudablemente, “un auténtico dios de los moneros”.
No estoy para afirmar ni negar nada. Más bien, a la usanza del Bartleby de Herman Melville: preferiría no hacerlo. Sin embargo, quizá la siguiente conversación con el artista tapatío a propósito de Gato encerrado, su nuevo libro, publicado por Grijalbo, permita a cada cual construir su propia opinión acerca de él, aunque al final, cuando toque emitirla, como Bef, no nos atrevamos porque no nos sentimos capacitados para hacerlo.
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Como es costumbre, es un viernes. Las pantallas son el puente que une las voces y los rostros que dividen los cientos de kilómetros que hay entre la Ciudad de México y Guadalajara. Previo a entrar en materia, JIS cuenta a este medio que está entrando en ritmo de nuevo para atender a la prensa, pues hacía ya bastante tiempo que no publicaba nada. La monotonía y lo cíclico de las conversaciones hace darnos cuenta, dice él, de que en realidad uno no tiene mucho por decir.
Confiesa también estar acostumbrado a esta dinámica virtual, pues durante la pandemia, el programa que comparte con Trino (La Chora TV), se hacía de tal forma. Se acostumbraron a tal grado que, cuando hubo oportunidad de volver a cabina, ya no quisieron. No fue la curiosidad la que mató al gato, sino la comodidad.
― Me parece muy interesante que la apuesta para acercar a nueva gente a tu trabajo sea a través de un libro, siendo que muchas personas, yo incluido, te sigamos a través de las redes sociales. ¿Cómo fue decidir y juntar toda esa chamba en este libro? ―pregunto―.
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―Para empezar, es muy chido hacer libros ―me dice emocionado―. A lo largo de los años ya me di cuenta de que yo no voy a poder realmente hacer negocios con los libros, nunca he ganado bien haciendo libros. Pero ciertamente es una cosa muy satisfactoria, es un fruto muy bonito del trabajo, es una manera muy chida de poner en paquete todo el montón de esfuerzo y de vida.
(“Es un formato fabuloso, ¡milenario! De esas invenciones del hombre que dices: mira, creo que aquí sí nos la rifamos, el libro está cabrón. Sigue siendo imbatible, se le pueden sumar y añadir formatos, pero sigue siendo una cosa preciosa, así como ha sido desde hace muchísimo tiempo, porque aparte aguanta vara: te lo puedes llevar a la playa, se llena de arena, lo sacudes y ahí sigue el máster. Esa cajita mágica la abres…”, reflexiona.)
―Me contactó Grijalbo ―continúa, tras confesar que estuvo “en la congeladora un rato”― y mi enfoque siempre cuando me invitan a hacer un libro, es recopilar cosas, no me funciona ponerme a pensar, de entrada: “voy a hacer un libro”.
No empieza de cero, pues, sino que se clava en su propio archivo y selecciona. Cura. Encuentra hilos conductores. Agrupa. Así fue como dio con las historietas que componen su Gato encerrado. Donde podemos ver esa faceta suya que practica con menos frecuencia, pues confiesa que lo suyo, lo que le ha funcionado, es hacer una sola imagen, suelta. Un sólo dibujo o un cartón. Fue como volver al pasado, quizá.
Es curioso, o no, que tanto en las historietas como en los cartones o los dibujos la esencia que Jis llama pacheca, es la misma. Bef es más elegante: llama a lo conciso, a lo filoso, a lo poético y a lo desconcertante. Asimismo, los estados alterados, el existencialismo, lo erótico-cachondo, y todo objeto-sujeto donde pueda representarse una abstracción. “Es que la vida es una fuente de temas infinito”, dice.
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― Quisiera preguntarte, suponiendo que cuando de volcaste por completo al tema de las historietas, estabas asido de alguna forma a leer y estar inmerso en el mundo de la novela gráfica, ¿cuál es tu background en este rubro? Es decir, qué novelas te acompañaron… ―pregunto―.
―Bueno, pues tengo, obviamente, mucho gusto de estar viendo caricatura, cómics y eso… ―se atiza su hablar pausado, como si la reflexión estuviera acomodándose para ser expuesta―, siento que mucho así se decide una vocación, cuando de pronto te atrapa una pasión por estar viendo cosas, ¿no? Y de pronto ya tienes ganas de participar en esa fiesta. En mi caso creo que fue así.
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“Me empecé a hacer de muchos ídolos. Y en mi caso se le han ido sumando las aficiones o influencias, ya no nada más del mundo del cómic, sino del arte en general, la música, el cine, las series, la vida misma, los cotorreos con los cuates. Como te dije: los motivos de inspiración están por todos lados. Específicamente en el cómic, me empezó a gustar el hecho mismo de la caricatura, antes incluso de identificar nombres de caricaturistas”, expresa.
La fascinación vino después en seguir a los nombres. No idolatría ni nada complejo, sino sólo seguir el trabajo. Pasó con Quino, más tarde con lo underground de aquellos tiempos como Robert Crumb y con los entonces disruptivos dibujos de la revista Heavy Metal, luego Moebius, hasta llegar al icónico B. Kliban, quien, dice, “le botó la tapa de los sesos” y a Jean-Jacques Sempé.
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―Hay algo que me llama la atención de sus cartones, particularmente en este libro, con tu faceta se historietista. Creo que siempre en tus cartones han estado requeridos por la síntesis, y, de alguna manera, aquí vas a contracorriente. En los trazos de Gato cerrado, en los detalles, hay una cuestión muy abrumadoramente satisfactoria. No escatimas. Quiero pensar que no piensas: “ya es demasiado”. Pero, todo tiene un porqué ―pregunto sin preguntar―.
―Ahora que mencionas esta parte del trabajo, debe tener muchas cosas por las que fue surgiendo ese estilo, ese gusto por lo barroco o lo lleno de cosas ―responde―. A veces, no sé, puede ser en parte por esta afición sicodélica, en donde te das cuenta que la vida es un hervidero de cosas en movimiento y mutación, mezclándose unas con otras. Pero fíjate, también puede tener un elemento de solución a una deficiencia técnica. Lo digo sin falta modestia: como yo considero que yo de entrada no soy un buen dibujante, como no lo soy, siento que fui encontrando maneras de ir solucionando esas carencias. Y quizá encontré una solución en el abigarramiento, quizá para disfrazar o distraer de esta poca destreza de entrada en la línea o de la capacidad de representación realista o figurativa.
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―Quiero regresar un poco. Decías que, para hacer un libro, te echabas un clavado en tus cajones y empiezas a seleccionar. ¿Cómo es encontrarte a ti mismo en tus dibujos?, ¿cómo es decir: “esto sí, esto no”, “me caigo re bien aquí, me caigo re mal acá”?
―Yo creo que tal cual lo estás diciendo ―me responde entre risas―. Además de este modo que desde siempre me ha acomodado, creo que ha aumentado esto con la edad. Con la edad uno se empieza a poner ya nostálgico, con más ganas de revisar los viejos archivos. Así como te digo, una primera sorpresa esta emoción de estar reviviendo cosas, porque mi trabajo tiene mucho que ver con mi vida personal, es bastante autobiográfico, aunque sea vea de pronto muy críptico o pacheco. Lo que hace el resorte de alguna idea es alguna situación concreta o algo por lo que yo estaba pasando o por lo que estoy pasando.
―Creo que lo que voy a preguntarte me lo has venido respondiendo a lo largo de esta conversación, pero ¿cómo fue hacerte de este estilo tuyo tan particular? ¿Cómo lo ves en retrospectiva?
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―Hablando de la cosa así estilístico, es un poco volver a lo que te estaba contando sobre el abigarramiento. Me doy cuenta que uno hace su estilo dando tumbos, medio avanzando a ciegas, metiendo manos y tropezándose sin saber muy bien, y creo que así es como debe ser, tiene que ser un avance totalmente natural, espontáneo. Porque, hay una fase muy primera, en que muy artificialmente uno ya quiere ponerse a decidir cuál es el estilo de uno, cómo voy a dibujar yo. Y siento que es un rasgo muy de juventud. Llega un momento en que, si uno tiene fortuna, más pronto que tarde, en que uno simplemente debe decir: “voy a dibujar lo que me salga en ese momento, lo que se me dé la gana”. Siento que el estilo sale de manera natural, aunque uno no lo busque, del propio cuerpo y espíritu de uno, tiene ya una vibra, ciertos modos, unas mañas hasta físicas, hasta la forma de ir agarrando la pluma ―confiesa, reflexivo, el creador, junto a Trino, de “Santos contra la Tetona Mendoza”―.
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Como era de esperarse, la conversación finalizó sin finalizar. Saltó al ruedo la melomanía de JIS, una anécdota brevísima junto a Paco Navarrete (uno de sus mejores amigos) y una película de Led Zeppelin, sus obsesiones artísticas desde lo más clásico hasta el arte contemporáneo, su confesión ante la endeble concentración frente a la lectura.
Sin embargo, todos los acontecimientos y destellos que podrían ayudarnos a esgrimir una idea sobre lo que planteó Bef en el texto que cité en un principio, se resumen a esta aseveración del artista jalisciense: “yo sí tengo una glándula creo que bastante aceitada con capacidad de adoración de los artistas”. Advertimos al principio, y reiteramos ahora sin inmutarnos: no somos capaces de seguir profundizando. Queda poco por agregar y mucho en el tintero.