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De Iztapalapa para el mundo, la mano de la compañera Clarita ya se deja sentir en la Ciudad de México, y el Doctor Patán lo celebra con aplausos de pie. Me refiero, por supuesto, al espíritu tianguista que se ha extendido por esta urbe insurgente, progresista y popular, cuna de nuestro movimiento, y que me parece que tiene al menos dos virtudes perfectamente identificables.

La primera es conectarnos con nuestras raíces prehispánicas. México, del centro para abajo en general, y en la ciudad capital especialmente, ha rendido tributo desde siempre al “tiankistli”, al mercado, al espíritu tlatelolca, lo mismo en las pelis piratas de los viejos tiempos, con sus cinco títulos de los X-Men por 20 varos y su –en la sección para adultos– “Anal Atraction 8”, que en sus Converse a 400 pesitos llegados desde un tráiler volteado o asaltado en la México-Pachuca, que en los puestos de perfumes a la quinta parte de su precio en los grandes almacenes. Eso somos: vendedores ambulantes; dueños auto asignados de las calles; hijos del suadero y el diablito al cable de luz. Nadie como Clarita para recordárnoslo.

La segunda virtud es que nos conecta directamente con la raíz del movimiento, es decir, con su raíz financiera. Así nacimos, así sobrevivimos, así crecimos. Nada de dinero de empresarios machuchones. No: esto lo hicimos recibiendo impuesto revolucionario, o sea aportaciones en efectivo, que de los ambulantes de 5 de Mayo, que de los taxistas con un papel fotocopiado en vez de un permiso oficial, que de los microbuseros que evitaban la cárcel por atropellar a alguien luego de manejar 22 horas con un coctel de Tonayán y anfetaminas (el desayuno de los campeones del pueblo bueno), que de los distribuidores de mercancía china que, lamentablemente, han quedado proscritos. Sí, eso somos. Los reyes de la cuota voluntaria. Pregúntele si no a mi Delfi.

En fin, que mi Clarita, insisto, esto lo entiende cabalmente, y actúa en consecuencia. Es prodigioso lo que hace por nuestra ciudad, que así, paca a paca de ropa en Bellas Artes, elote a elote en Paseo de la Reforma, techo de plástico a techo de plástico con sus licuachelas y sus rotochelas a la sombra en Avenida Juárez, está logrando el doble milagro de encontrarse de nuevo consigo, con lo que siempre ha sido, y de volverse autosustentable. Ojalá, tal es el deseo de aquí su doctor, que esas pacas encuentren acomodo en nuevos lugares: el Zócalo, el Museo Nacional de Antropología e Historia o, por qué no, el interior de Bellas Artes.

 

      @juliopatan09

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