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Pasa el tiempo en una terraza que cada vez se va quedando más vacía. El aire corre a pesar del calor seco que se siente en ese espacio. Es un domingo que se siente más que nunca. Afuera, la ciudad está encendida. Dentro todo va en calma. Parece que estamos atrapados en un poema de antología.

Tras esperar pacientemente, entre pláticas que saben a último día, indican que llegó el momento de platicar con Luis Felipe Fabre (Ciudad de México, 1974). Está sentado en una silla al otro lado del lugar. Fuma y platica, platica y fuma. A ratos mueve las manos al ritmo de sus palabras. Observa. Piensa. Cavila. Al mismo tiempo, todo, en ese des-orden.

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Hace once años que no publicaba un poemario. El último de ellos llegó en 2013, bajo el sello de Editorial Almadía, y se tituló Poemas de terror y misterio. Entonces vino Escribir con caca (2017), una suerte de encuentro fortuito y escatológico con Salvador Novo y luego Declaración de las canciones oscuras (2019), una novela histórica sobre fray Juan de la Cruz tejida a través de sus versos. Así pues, volvió a ver sus versos impresos entre solapas verdes, con una foto suya en el centro, en un libro con diseño editorial único que lleva por título Poeta griego arcaico (2024).

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— Es la revitalización, la reescritura de un mito. Medusa y Perseo. ¿Es una obsesión tuya con la mitología o es más bien un gusto que adquiriste sin más?

— Yo amo Medusa desde que me llevó mi papá a ver Furia de titanes —dice entre risas nerviosas, con esa calma tierna que provoca sus pausas al hablar—. La primera, que es la buena, mi favorita de la niñez. Siempre me han encantado los mitos.

Sin embargo, recompone luego, son los “estratos arcaicos” lo que terminaron por atarlo. Que me ponga a escribir sobre mitos griegos no es en el sentido de que sean temas prestigiosos, culturales, sino que, en mi caso, tienen que ver con procesos personales, es decir que me interesa estar en contacto con esas regiones del espíritu, explica. La resonancia de uno en el mito y de este último en uno mismo. Tan complejo y potente como eso. Me hace entrar en contacto con realidades menos visibles, confiesa, que necesito para habitar este mundo.

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(Fabre tiene un hablar pausado. Eso atrae la atención de quien interviene a su discurso. Podríamos pensar que, precisamente, piensa en demasía lo que está a punto de decir. Quizá sin intención, enuncia intervenciones fascinantes, reflexiones únicas, comentarios inexorablemente graciosos.) 

— Vuelves a la poesía después de un rato…

— De once años —interrumpe amablemente—.

— ¿Dejaste de escribir poesía?

— Sí… —duda—, o no, digamos, en el sentido de que, a lo mejor, hice poesía a través de otros géneros. Es decir, pensando, está el libro que escribí sobre Salvador Novo, que acaba con un monólogo, un poema dramático, y el libro sobre San Juan de la Cruz, de alguna manera, es sobre poesía y desde la poesía, digamos. Pero —asevera—, escribir poemas, sentarme a escribir poemas… once años sin hacerlo.

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(Supongo que la poesía sí es…, reflexiona dubitativo. A mí me encantaría estar escribiendo siempre porque es mi mejor manera de estar en el universo, cuando más feliz me siento es cuando estoy escribiendo, que es casi nunca, casi siempre soy infeliz, bromea sonriente. Conforme fui teniendo una necesidad de decir: “necesito hablarle a los dioses”, es cuando escribir poesía tuvo una razón de ser en mí otra vez. Antes no encontraba la razón o la necesidad para volver al verso. Me interesaba escribir, pero no tenía nada que decir en verso, espeta.)

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Tras caer en un paréntesis breve sobre la traducción de Declaración de las canciones oscuras al inglés, publicada por Deep Vellum y traducida por Heather Cleary hace no mucho tiempo, caímos en lo inevitable, los versos de Poeta griego arcaico, el proceso de escritura de este, el contenido y una suerte de cosas más.

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— Puedo decir que para mí fue un proceso extraordinario, fue reencontrarme por una parte con la poesía —confiesa—, y después de estar escribiendo prosa, de pronto me empezó a sorprender qué pocas palabras se necesitan para escribir, qué pocas palabras admite un poema, como que trataba de poner una palabra y se caía… 

— La primera parte se llama Coro. Llama la atención, por decirlo de alguna forma, porque dan ganas de posarse en lo alto, de gritar lo que escribes porque, además —detallo para la pregunta— escribes en una clave muy musical y con un ritmo sumamente adecuado. Imagino que remite al asunto mitológico…

— Sí. Quería ritmos más arcaicos, —profundiza—, ritmos más antiguos, más clásicos, de alguna manera, sin ser un neoclásico. Tampoco quería hacer la cosa más pop, tipo Anne Carson, no. Me interesaba que me llevara a estos otros tiempos que también nos conforman.

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El también ensayista tiene claro que su libro, al tratarse (o ser) poesía, no será un superventas. (En realidad nada que tenga que ver con la poesía, nos lamentamos ambos en la conversación.) Pese a ello, Fabre, encomendado a su mitológica religión, espera un buen destino para su libro:

“Yo por eso me encomendé a Hermes en el libro que abre esto, que lo lleve a su destino y, realmente, sí es un libro muy personal, incluso salgo en la foto de portada que sí me da un poco de pudor. Pero es un libro que le escribí a los dioses, y espero que les llegue, y, de paso, que les guste a los lectores de poesía. Puede ser que les parezca un libro más impúdico, aunque parezca con todo este juego de máscaras de teatro, siento que es un libro absolutamente personal.

“Creo que, pensando en personal, que el yo es algo inestable, incierto y… chamánico, de alguna manera. El yo creo que es una cosa que todavía no sabemos, puede ser muchas cosas. El yo puede ser una planta; a veces uno es más planta, más piedra, a veces uno es más un gato. A veces uno es más mujer, a veces más hombre. A veces uno no sabe qué es, no sabes qué eres”, confiesa.

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— No hay manera de escribir poesía que no sea personal, ¿no? —cuestiono—.

— A lo mejor poesías muy experimentales —responde el vate—. Poesías que tratan de escapar al yo, que utilizas el azar, pero siempre hay algo que se cuela de uno (por) ahí. Como cuando tienes el I Ching, aunque sea azar, pues el hexagrama de alguna manera te está hablando de quién eres tú. A lo mejor tienes razón, si habría intentos por hacer una escritura desde el no yo, por ejemplo, Pessoa hablando desde muchos yos distintos, pero es que digo —reflexiona— que el yo es algo tan inestable que también ser muchos… “Contengo multitudes”, como decía Whitman, “Yo es otro”, decía Rimbaud. Digamos… hay yoes más extraños que otros.

ESCATOLÓGICA FRONTALIDAD

— Toda tu escritura es muy frontal, y no escapa a lo escatológico. Me encanta esa idea, sobre todo porque causa mucha repulsión, pero es muy atractivo. Vamos, Escribir con caca

— ¡Sííí! —responde entre risas—. Yo digo: “Ay, pobre de mi mamá, nunca puede presumir mis libros con sus amigas porque tienen unos nombres horribles”.

— ¿De dónde viene esta idea de escribir así, a partir de o a razón de esto que estamos hablando?

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— Supongo que soy un morboso de naturaleza —confiesa—. Creo que sí me interesan los amplios rangos de la realidad. La otra vez estaba leyendo a Aristófanes —comediógrafo absoluto de la antigua Grecia— y me sorprendió (saber) que no hay más libros donde haya más gente cagándose que en la comedia griega. Dices: “¡Cómo cagan los personajes de Aristófanes!”, entonces me encanta que las portadas son muy serias, las de Gredos, y no sé qué, y dentro está pura gente cagando. 

— Pienso en Dios tiene tripas, de Laura Sofía Rivero. Ahí ella disecciona la relación que guardamos los seres humanos con nuestros desechos, nuestras secreciones, con la popó. Cómo, pese a la naturalidad del acto y la materia, le rehuimos. Sí eso también forma parte del yo…

—Sí, pero —cavila—, al mismo tiempo, a la gente le encanta lo morboso. También hay algo que te gusta ver ahí, digamos. Sólo que te entra la risa como un mecanismo de defensa ante la vergüenza y el pudor. Creo que es fascinante saber cuántas cosas, pero claro, parecería que hay cosas como morales de gusto, digamos, que hay cosas que se pueden decir, cosas que no se pueden decir, y como a mí básicamente me gustan las cosas que no se pueden decir, ya sea porque es sagrado o porque es escatológico, de ahí soy.

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Aunque durante mucho tiempo no escribió poesía, sí estuvo leyendo poesía. Me entró una cosa de necesidad, cuenta, porque claro: la necesidad de volver a la poesía también tiene que ver con la necesidad de volver a leerla, volver a adquirir una especie de sentido que en otros momentos de mi vida no tenía. Sabe que le es tan natural leer poesía que de pronto se le olvida estar leyéndola.

Confiesa que tiene una especie de ritual, norma rara: no abre su celular sin antes haber leído un poema. Es decir, el día iniciaba entonces habiendo masticado algunos versos estando acostado en la cama. El mundo podría estar sometido al colapso total, sólo después de haber leído el primer poema del día. Junto a los versos, el infaltable café y un cigarro en la mano derecha, entre el índice y el anular. No es cliché, ni tampoco vestidor de lugares comunes. Luis Felipe Fabre es así. Es su manera de reanudar la cabeza en forma distinta a leer siempre grises las noticias. 

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Finalmente, como no queriendo la cosa, antes de que se cerrara ese domingo el telón de un teatro dramático, enunció los nombres de esos compañeros infaltables a la hora de escribir Poeta griego arcaico. Entre muchos otros, se asoman los nombres de Roberto Calasso, Pascal Quignard, los Esquilos y los Sófocles, y el filólogo alemán Walter Burket, de quien habla con absoluta devoción.

Este sábado 09 de noviembre en la cafetería Fiel a la tierra, el poeta mexicano estará leyendo poemas en punto de las 18:00 horas. Será una lectura en voz alta, llena de encanto. Se recomienda indiscreción.

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