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Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)

En esta temporada proliferan las leyendas. La llorona se pasea por Xochimilco, el coco se acomoda debajo de sus camas, el Charro Negro busca a los desprevenidos que merodean por las noches y, en Guadalajara, se dice que un árbol caerá y liberará a un vampiro sediento de sangre.

Pero, por si acaso estos terrores no fueran suficientes, agreguemos las leyendas que ya se contaban aquí desde la época prehispánica. Algunas leyendas mesoamericanas son asombrosas.

Fray Bernardino de Sahagún recogió en su Historia General de las Cosas de la Nueva España la leyenda de Cuitaplaton, un fantasma con forma de mujer que solía espantar a quienes buscaban en las noches un huequito para hacer sus necesidades. La Cuitlapaton era de estatura baja, sus pelos le llegaban hasta la cintura y tenía la peculiaridad de caminar como pato. También adoptaba la forma de coyote para advertirle a los viajeros peligros o desgracias en su camino.

En Tlaxcala se contaba la leyenda de las tlahuelpuchis. Hoy muchos mantienen esta leyenda como “las mujeres vampiro de Tlaxcala”. Lo cierto es que no eran vampiros, sino brujas. Según algunos incluso tenían la capacidad de transformarse en animales. Se les confunde con vampiros porque, sólo consumían la sangre de los niños que raptaban.

Los pícaros deberían temerle a Xtabay, una bella mujer que se suele aparecer debajo de un tipo de árbol conocido como ceiba. Se dice que siempre se encuentra peinando su larga cabellera y que seduce a los varones para que se acerquen a ella. Una vez que sus víctimas están lo suficientemente cerca, los ama tanto que termina asesinándolos.

Otra leyenda recogida por Sahagún es la del tunkuluchú o tecolote. ¿Han escuchado la frase “cuando el tecolote canta, el hombre muere”? Entre los mayas se contaba una historia en la que el tecolote, una de las aves más sabias, visitaba todas las noches al cementerio hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte. Sahagún relata cómo la gente se ponía nerviosa cada que un tecolote cantaba, pues su entrenado olfato presagiaba la muerte próxima de alguien.

¿Ustedes conocen otros horrores del mundo prehispánico?

Los leo en X: @hzagal

Sapere aude!

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