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El cambio climático es un tema ineludible en las discusiones globales, y la razón es clara: los desastres naturales se multiplican, los ecosistemas se desmoronan, y la estabilidad socioeconómica está en peligro. Sin embargo, hoy en día, tenemos la tecnología para reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero en un 90%; pero lo que falta es dinero.

Recientemente, McKinsey & Co demostró que las tecnologías clave para descarbonizar ya existen, pero requieren ser escaladas a niveles sin precedentes para que puedan tener un impacto global. En la Semana del Clima de Nueva York, Mark Patel, lo dijo de manera simple: “Si queremos lograr una reducción significativa de CO2 para 2050, necesitamos mezclar velocidad con escala”. En otras palabras, necesitamos desplegar estas tecnologías de manera masiva y rápida, o resignarnos a un futuro de catástrofes irreversibles.

El reto de escalar las soluciones climáticas está profundamente vinculado a un principio económico fundamental: a mayor escala de producción, menor es el costo unitario. Cada duplicación en el despliegue de una tecnología reduce sus costos en un 70%. No obstante, en la realidad, esto no siempre ocurre tan fácilmente en la tecnología climática. Muchas soluciones prometedoras han fracasado en el pasado por no haber alcanzado una escala competitiva, lo que desincentiva a los inversores y perpetúa la dependencia de los combustibles fósiles.

Y es aquí donde la intervención pública es crucial. Los gobiernos deben desempeñar un papel fundamental en la canalización de recursos y la creación de incentivos que atraigan a la inversión privada. Por ejemplo, en el caso estadounidense, la reciente desaceleración de las tasas de interés por parte de la FED no va a ser suficiente para dinamizar la transición energética, pues los problemas del sector climático no son sólo una cuestión de tasas de interés, sino de voluntad para invertir en las soluciones correctas.

En ese sentido, coincido en que es un error creer que el cambio climático puede abordarse con pequeñas inversiones o proyectos piloto. Si las soluciones tecnológicas no se implementan a una escala acorde con el desafío, las catástrofes, que ya estamos presenciando, no harán más que empeorar. Cada año que pasa sin que se desplieguen masivamente estas tecnologías es un año perdido en la lucha contra el cambio climático.

Patel lo resumió perfectamente: “las variables que podemos afectar son la escala, el costo y la velocidad a la que progresamos”. No hay otra opción. O actuamos ahora o nos enfrentamos a un futuro que ninguna tasa de interés podrá reparar. Los gobiernos, las instituciones financieras y los inversores deben dejar de lado la especulación a corto plazo y comprometerse con el financiamiento masivo de este tipo de tecnologías; pues de lo contrario, cualquier plan de descarbonización será insuficiente, y lo que está en juego no es sólo la competitividad tecnológica, sino el futuro mismo de nuestro planeta.

 

Consultor y profesor universitario

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