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Algo tiene Argentina con la literatura que cada cuanto, mucho más seguido de lo que uno quisiera creer, una escritora viene a remover la tierra con sus libros. Si no es un poemario es una novela, una de esas que buscan su propio camino. Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) forma parte de ese grupo gozoso del país sudamericano. 

Va más allá de la erudición y de los comparativos hiperbólicos, pues cada cual se hace su nombre. Dolores, desde la tierra y su escritura, se ha hecho el suyo. En 2019 publicó Cometierra, su primera novela, bajo el sello de Sigilo. Es probable que entonces no supiera lo que el destino tenía para ella. Quizá siga sin saberlo, pero lo vive. Cuatro años más tarde, en 2023, Alfaguara publicó Miseria, su segunda novela, otrora secuela de la anterior. 

Es este último libro el que la trae a México una vez más, “no tan de prisa”, para estar presente en algunos eventos literarios, tener un par de presentaciones en la Ciudad de México y ceder un espacio de su agenda para platicar sobre su libro inagotable. 

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Dolores, quien también es docente, está alojada en un departamento en una zona cerca del centro de la capital, muy cerca de una avenida principal. Pese al ruido, dentro no se oye nada. El tiempo y el espacio son perfectos para que la conversación tenga lugar. 

—Buscabas no repetirte con Miseria y lo conseguiste. Y sin embargo hay temas que están muy presentes, que podrían parecer imprescindibles. ¿Son temas que tú eliges o son ellos los que te eligen a ti?

Son los temas, de alguna forma, que me obsesionan —responde—. Que me quitan el sueño, pero literal, y de alguna forma se te meten en la ficción. Es muy difícil que te muevas si estás mirando hacia cierta problemática. De alguna forma yo siento que se me colaron en la ficción y en los personajes.

Entonces recrea la imagen de Cometierra y Miseria, personajes de su primera y su segunda novela, respectivamente, cómo es que ella les acompaña, ahora desde la ciudad (muy parecida a Ciudad de México), y “se chocan de alguna forma con las paredes llenas de retratos, de fotocopias de chicas que faltan, como nos pasa a todes, en realidad, si salimos a dar una vuelta en nuestros países, hay ahí algo que nos hermana de una forma muy triste”.

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Hay algo que cambió entre la escritura de este libro y su predecesor. En el caso de Cometierra, Dolores lo escribió acompañada de muchas voces, una de ellas la de la escritora Selva Almada, quien entonces dictaba un taller de novela. Con Miseria fue todo distinto, porque no sólo no hubo acompañamiento de tal forma, sino que se atravesó la pandemia.

—Fue todo muy extraño —recuerda la autora argentina— porque yo estaba acostumbrada a trabajar con la escucha de otros, en un taller, con las devoluciones —entonces me cuenta que tenía un año ya armado de promoción con su primera novela que tuvo que suspenderse por el encierro—. Y algo que me pasó muy puntual que tiene que ver con la escritura de Miseria es que después de haber ganado las calles, impuesto ciertos temas en la agenda los políticos, y sentir que habíamos avanzado colectivamente…

Se interrumpe ella misma, para hablar sobre lo mismo, pero con otra intensidad, desde otra posición. Es algo que siente, que se transmite. Me platica que, al menos en Argentina, los feminicidios lejos de bajar seguían en aumento:

“Por eso también en Cometierra hay más diversidad, y yo siento que en Miseria me concentré en los feminicidios justamente por eso: porque fue escrito en un momento en que todo eso empeoró con la pandemia, y que incluso las redes de acompañamiento entre mujeres estaban quebradas o suspendidas por las mismas políticas que hubo en la pandemia”, reflexiona. 

Hay algo particular con lo que transmitieron y siguen transmitiendo las letras de Dolores. Más allá de las presentaciones, le han pedido asistir a una cantidad bruta de escuelas para platicar con adolescentes, a clubes de lectura organizados por ellas mismas. Es decir, ha ocupado espacios en los que la literatura no tiene este tipo de acercamientos. No en esas magnitudes. Antes de que termine la pregunta, ella ya sabe qué responder porque sabe hacia dónde voy.

—Algo que me pasó, y me sigue pasando de forma muy puntual, son los relatos de chicas muy jóvenes que me cuentan que casi no conocían sus mamás, que las perdieron cuando eran muy chicas, que prácticamente no les habían hablado de la vida de sus madres ni mostrado demasiadas fotos por todo lo triste. Y leyendo Cometierra o Miseria —recuerda sorprendida— les dio por salir a hurgar, incluso por placards, [hasta a] buscar fotos. Incluso chicas me contaron que salieron a las marchas de “Ni una menos” con las fotos de su mamá, con remeras de su mamá y también intentaron de alguna forma reconstruir la vida de esas mamás que habían sido violentadas cuando ellas eran muy chicas.

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Aunque ella lo cuenta con jovialidad, con una intensidad que no se rompe, lo que dice pesa. Porque es duro, porque duele, porque quizá no debería ser un tema de conversación, pero resulta urgente. Igual se recompone pronto el rumbo porque se asoma la esperanza: “que el libro, dispositivo del lenguaje, sirva para poner en movimiento al mismo lenguaje”.

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(Hay una especie de pausa en la conversación, porque sale a cuento que ella asiste mucho a escuelas, y me cuenta que días después de que se vaya de México tiene ya algunos encuentros pactados. Recuerda, a propósito de lo mismo, cómo le han hecho llegar toda especie de representaciones de su lectura, como si fuera una consecuencia natural de una lectura tan estremecedora. Luego, irremediablemente, el tema de la revictimización, cómo se han renombrado los términos. Acaso sin decirlo ninguno de los dos, reconocimos como un logro que en los más de los casos, ya no se aluda a los feminicidios como crímenes pasionales.)

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 —Tus libros suceden en los márgenes, parecen decirnos que ahí todo es más intenso y más profundo. No sucederían igual o no se sentirían de la misma forma si sucedieran en una ciudad hipertecnologizada ¿Siempre existió la intención de mantenerlo en los márgenes? —pregunto—.

—Yo siento que es ahí el foco de las violencias, que es donde más se hace carne sobre el cuerpo de las chicas —replica con ahínco Dolores—. Entonces, ¿por qué lo voy a ir narrar en el Obelisco, ponele, en Argentina? Si todo el foco de las violencias está acá y son ellas las que ponen el cuerpo, las que pierden a sus madres, a sus hermanas, a sus amigas. Me interesa mucho escucharlas. 

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Miseria es eso: “la voz de Miseria y Cometierra alternándose. Ellas han pasado y siguen atravesando esas experiencias”, puntualiza la autora. “Entonces, me interesa mucho anular esa distancia que ha estado en la literatura siempre. Anular esa distancia y escuchar a quienes han sido silenciadas como parte de esa violencia, historias que no se contaron, voces que no se escucharon, que no se atendieron”, espeta finalmente la también activista.

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—¿De qué manera nos ayuda la literatura a seguir comunicando todo esto que es tan grave y que puede suceder en cualquier lugar?

Pienso que hay algo muy puntual: el feminicidio es una parte, o el eslabón final, de una serie de violencias que están invisibilizadas y naturalizadas. Y que en esos escalones previos, o incluso posteriores, el lenguajes increíblemente violento y despectivo hacia la mujeres —revira Dolores, siempre con la mirada despierta, dándole luz a todo—. Lo podés escuchar en ese tipo de periodismo que muchas veces juzga a las víctimas, justificando crímenes aberrantes sobre cuerpos de 16, 17, 15 años. Incluso las sentencias judiciales, totalmente violentas y despectivas. Entonces la literatura tiene la oportunidad de hacer este registro de voces mucho más amoroso, valorativo, de dar cuenta lo que valían esas vidas frente a todos esos registros sociales que siguen violentando a las mujeres incluso después de muertas. 

El tema de los nombres dentro del libro, de los personajes, es “una forma de llevar la significación al extremo y de jugar con las posibilidades de la literatura”. Significan algo afuera, es decir en la realidad, y algo dentro del libro. Tanto Miseria, como Cometierra y hasta El pendejo –que no se adhiere a la connotación peyorativa con la que lo enunciamos aquí–. 

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Confieso a Dolores que me parece duro lo que retrata, todo ese cúmulo de violencias y que a pesar de ello encuentro esperanzador el personaje de Miseria, quien de pronto ilumina con su pragmatismo:

—¿Era necesario ese balance para no tirarnos tanto a lo funes…

¡Para mí sí! —me responde—. Y más pensando en cómo está Cometierra al inicio de la novela, ¡es absolutamente necesario! Además es como si Miseria la estuviera arreando todo el tiempo, incluso involuntariamente. Miseria es absolutamente necesaria, y equilibra y posibilita el avance y la salida de Cometierra…

—Y resulta inevitable que tenga que volver a comer tierra, aunque se rehúse. ¿Pensaste en que en algún momento ya no lo hiciera?

—Pienso en su fantasía de decir: “Bueno, voy a ser una más, ya no quiero saber nada”. Justamente porque es muy difícil hacerse cargo de un don así, tan terrible, que en realidad es un don pequeño que, en [el] contexto, adquiere toda esta magnitud y todo lo tremendo que la tierra le muestra. Pero bueno, ella se termina yendo hacia el final porque quiere una vida normal, quiere un nombre común…

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La potencia del lenguaje de los márgenes, dice Dolores cuando le digo que esa música y esa lengua que se trata en su novela me recuerda a Panza de burro y a Chapeo —y recordamos la personaje tan única que es Johan Mijaíl—: 

“Es muy creativo el lenguaje en lo que suele decirse los márgenes o la periferia, yo siento que ahí hay una creatividad y una potencia… Incluso se juega y se compone desde algo muy lúdico y muy festivo, nos olvidamos de la regla, de la RAE, y yo qué sé, y entonces aparecen otras libertades de la lengua”.

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En el mismo tenor, confiesa que no le interesaba alinearse a esas reglas de la lengua, porque incluso hay en su lenguaje “algo muy subversivo y de lucha en esa potencialidad del lenguaje, de crear significación, de poner el dedo en la llaga”. 

—¿Es una cuestión bastante política, no? —cuestiono.

—Sí, y lo vemos mucho este último tiempo, con el lenguaje inclusivo, con la gente que se horroriza —cavila—. Si el lenguaje inclusivo está dando cuenta de una contienda o de justamente violencias que tienen ciertos cuerpos, bueno, ¿por qué tiene que ser hermoso? No, que ponga ese horror en manifiesto sobre la lengua.

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 Finalmente, resultaba imprescindible preguntar en qué etapa está la adaptación a teleserie de Cometierra, en la que Yalitza Aparicio hace de la seño Ana, Lilith Curiel de Cometierra y Juan Daniel García Treviño en un papel no revelado aún. No hubo detalles a revelar, porque Dolores corría el riesgo de armar un quilombo, pero dijo estar fascinada con el elenco. Y dijo que ha visto capítulos y una serie de cosas de las que no puede contar nada. Pero da luces. “Yo pienso que va a gustar mucho”, concluyó.

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