En 1995, en plena crisis económica, la mayoría priista decidió en el Congreso elevar el Impuesto al Valor Agregado del 10 al 15 por ciento.
Ese triunfo legislativo fue celebrado por el diputado Humberto Roque Villanueva con un peculiar ademán que quedó fotografiado y que, claramente, reflejaba la dominancia sobre sus opositores.
Casi 30 años después, esa famosa “Roqueseñal” queda como cosa de niños comparado con los excesos frenéticos, no de un diputado, sino de la secretaria de Gobernación, del presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, del presidente de la Mesa Directiva del Senado y prácticamente de cualquier persona sujeta al yugo de la autollamada Cuarta Transformación.
Ya será la historia la que se encargue de juzgar los excesos, lo mismo del presidente Andrés Manuel López Obrador que del más impresentable de los legisladores, pero, por lo pronto, lo que hay es un país en una ruta rumbo al fracaso.
No hay margen de maniobra para el sentido común, no escuchan a nadie, más allá de la voz del amo quien en su clara disonancia cognitiva ha decidido incendiar Roma como Nerón.
Hay una diferencia de aquel momento priista de mediados de los años noventa con este momento de abrumadora mayoría morenista de mediados de los años veinte.
Aquella medicina fiscal, de aumentar impuestos, fue para corregir los excesos populistas del priismo de Salinas de Gortari y salvar a la economía.
Los cambios legislativos que impulsó el gobierno de Ernesto Zedillo, antes de perder la mayoría en el congreso en 1997, fueron parte de lo que le dio estructura a esta economía que pudo crecer y tener estabilidad financiera hasta antes del lopezobradorismo.
Esta mayoría calificada actual, construida artificialmente por las autoridades electorales, tiene un fin muy diferente al bienestar. Lejos de abonar a la estabilidad y a la democracia, diseñan instrumentos de control autoritario que acabarán con la estabilidad que consiguieron los gobiernos panistas y priistas de este siglo.
Claro que es parte de la retórica populista el satanizar todo lo que hicieron las administraciones anteriores. Cultivar el rencor social es su especialidad y eso impide a una mayoría de ciudadanos un análisis objetivo de lo que teníamos y lo que hoy claramente perdemos.
Dejarlo a la historia para que en un futuro se pueda apreciar todo el daño que ahora mismo produce el populismo es perder un tiempo preciso para hacer lo correcto, pero por ahora no hay más remedio.
Hay que tomar como normal en la “transformación” los exabruptos de quien ostenta un cargo público, pero se comporta como agitador partidista en un mitin en la plaza pública.
El rencor con el que se comportan las autoridades, tanto del Poder Ejecutivo como el Legislativo, evidentemente que contagia a una sociedad vulnerable y dependiente de las dádivas presupuestales.
Es difícil saber cuántos años habrán de pasar antes de dimensionar el tamaño de los errores que ahora mismo se cometen y menos poder proyectar cuándo y de qué forma se podrían corregir.
Son tiempos complejos y lo peor es que parece que apenas empiezan.
@campossuarez