ANTONIO ATTOLINI
La violencia no es un fenómeno aislado, es un lenguaje, un modo de comunicación que surge en las profundidades de nuestras interacciones sociales y culturales. El trágico evento del 21 de enero de 2024 en el Territorio Santos Modelo (TSM) en Torreón, Coahuila, es una manifestación brutal de cómo el tejido social se desgarra y cómo el discurso del odio y la intolerancia se traducen en actos de violencia física. Este no es solo un incidente aislado, sino un síntoma de problemas más profundos arraigados en nuestra sociedad.
Desde una perspectiva sociológica y simbólica, la violencia es el resultado de una serie de fracasos: fallas en el diálogo, en la inclusión, en la justicia y en la igualdad. Cada acto de violencia es un mensaje, una expresión de descontento, de desesperanza, de exclusión. Cuando las palabras fallan o no se les permite espacio, la violencia se convierte en un medio de comunicación. Pero es un lenguaje que solo destruye, que solo sabe de dolor y pérdida.
Para reconciliar a nuestra sociedad y superar la tragedia, debemos empezar por reconocer la violencia como lo que es: un llamado a atender las profundas heridas sociales y a reconstruir los puentes de entendimiento. La autoridad tiene un papel crucial en este proceso, no solo en términos de justicia y seguridad, sino también asumiendo la responsabilidad de fomentar un diálogo constructivo y de crear espacios para la expresión pacífica de desacuerdos y frustraciones.
Sin embargo, la responsabilidad no recae solo en los hombros de la autoridad. Como sociedad, debemos comprometernos a llenar los vacíos que el silencio y la indiferencia dejan a su paso. Cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en la reconstrucción del tejido social, en la creación de una comunidad que valore el diálogo sobre la confrontación, la empatía sobre el desprecio, la inclusión sobre la exclusión.
La tragedia en Torreón debe ser un punto de inflexión, un momento para reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos ser. No podemos permitir que el lenguaje de la violencia defina nuestro futuro. Debemos aprender a hablar de manera diferente sobre nuestros problemas, a escucharnos y a entendernos mutuamente, incluso en medio de nuestras diferencias.
La reconciliación es un camino largo y difícil, pero es el único camino hacia adelante si aspiramos a superar el ciclo de violencia y construir una sociedad más justa y pacífica. La memoria de los afectados en Torreón merece no solo nuestro duelo, sino también nuestra firme resolución de cambiar la narrativa de la violencia por una de diálogo, entendimiento y paz.
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