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ANTONIO ATTOLINI

En el teatro de la política mexicana, donde la presencia y la empatía son monedas de cambio vitales, la reciente dinámica de campaña de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez nos ofrece un espejo revelador de dos estilos contrastantes. La candidata de Morena, Sheinbaum, ha cumplido con un impresionante 100% de sus 168 eventos programados, mientras que Gálvez, de la oposición, ha cancelado un notable 29% de sus eventos, tal como informa Animal Político. Estas cifras no son solo números en una hoja de cálculo; representan un cuento de dos campañas, dos enfoques, y quizás, dos futuros para México.

La política, en su esencia, es más que discursos elaborados y promesas ambiciosas. Se trata de la conexión humana, de la habilidad de un líder para recorrer el país, conocer a la gente en sus comunidades, y entender los problemas desde un lente local. Esta cercanía es donde Sheinbaum parece brillar. Su habilidad para llevar a cabo cada evento programado no solo habla de una organización eficiente y una logística impecable, sino de un compromiso palpable con la gente a la que aspira servir. Cada evento completado es una promesa cumplida, un puente construido.

En contraste, las cancelaciones de Gálvez plantean preguntas inquietantes. ¿Son estas cancelaciones el resultado de una planificación deficiente, o acaso indican una desconexión más profunda con las necesidades y expectativas del electorado? En el mundo de la política, donde la percepción a menudo se convierte en realidad, estas ausencias pueden interpretarse como un símbolo de inestabilidad o falta de compromiso. La política requiere de presencia, y en su ausencia, se gesta la duda y el escepticismo.

Más allá de las implicaciones logísticas, estas diferencias en la campaña hablan de un contraste más profundo en el entendimiento y la aproximación a los problemas de México. Mientras Sheinbaum parece estar recogiendo las historias, desafíos y esperanzas de la gente en cada rincón del país, Gálvez se arriesga a ser percibida como una figura más remota, cuya comprensión de los asuntos locales podría estar mediada más por informes que por experiencias vividas.

Al final, estos patrones de campaña pueden ofrecer una ventana hacia el tipo de liderazgo que cada candidata podría ofrecer. Sheinbaum emerge como una figura de constancia y fiabilidad, una líder que no solo promete, sino que cumple. Gálvez, a pesar de sus esfuerzos, corre el riesgo de ser vista como alguien que, aunque bien intencionada, no logra conectar de manera efectiva con la base que busca representar.

En un mundo donde la política se ha vuelto cada vez más impersonal y distante, la campaña de Sheinbaum nos recuerda el poder de la presencia, del contacto cara a cara. A medida que México se acerca a una encrucijada política, los votantes harían bien en recordar que las elecciones se ganan no solo con lo que un candidato dice, sino, quizás lo que es más importante, con lo que un candidato hace. En este duelo de compromisos y cancelaciones, el mensaje es claro: la verdadera política se hace en las calles, no en las salas de juntas.

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