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Recientemente, John Andrews, un experimentado corresponsal extranjero, arrojó luz sobre el complejo telón de fondo de las hostilidades que aquejan al mundo en su libro “The World in Conflict: Understanding the World’s Troublespots”. A través de su lente crítica, Andrews no se limita a desentrañar las raíces de los conflictos violentos en regiones específicas, sino que también proporciona una monografía de inmenso valor.

En ese sentido, el concepto de “conflicto” que aborda Andrews es expansivo, abarcando diferencias de opinión entre naciones, pueblos o movimientos políticos que a menudo desencadenan una escalada de violencia. Y aunque si bien muchos de estos eventos aún persisten en la actualidad, es inevitable preguntarnos, ¿qué ocurre cuando esta violencia es perpetuada por lo que se conoce como el crimen organizado?

América Latina, en particular, es testigo de conflictos relacionados con los cárteles de la droga que amenazan la estabilidad de las naciones. Y aunque si bien los factores que alimentan estos conflictos son multifacéticos y a menudo interconectados, la violencia desatada tanto por los cárteles como por el propio Estado, han alcanzado niveles inauditos, lo cual no sólo supera a las estadísticas, sino que también complica su clasificación en categorías sencillas.

Tomemos el caso de México como ejemplo paradigmático. Nuestro país ocupa una posición única en el conflicto derivado de la guerra contra las drogas de Estados Unidos, ya que comparte una extensa frontera con su vecino del norte, lo que convierte a México en el principal punto de acceso a Estados Unidos para un flujo aparentemente interminable tanto de migrantes como de drogas ilegales procedentes de América Latina.

En ese sentido, las consecuencias políticas y militares de esta situación desencadenan una batalla aparentemente perpetua entre los gobiernos de Estados Unidos y México y los cárteles de la droga, a menudo etiquetados como narcoterroristas, que controlan este flujo. Sin embargo, la dimensión humana de este conflicto es aún más sombría, con un número de muertes que resulta lamentable.

En tales circunstancias, esta visión cobra especial relevancia en el contexto actual de las relaciones internacionales, donde ambos países transitan por una sintonía que no se sabe cuánto durará y cuyas tensiones en materia de seguridad establecen un terreno árido en lo que refiere al establecimiento de una estrategia que allane las latitudes de un conflicto, cuyas vertientes han derivado en una gran presión por parte de la administración de Biden para adoptar una línea más dura en cuanto al papel de México para tomar medidas más enérgicas.

Además, aunque el conflicto se ha intensificado debido a actos de violencia en los que también se han visto involucrados ciudadanos estadounidenses, a raíz de la demanda de las armadoras y la crisis del fentanilo, es plausible que a medida que las elecciones se acerquen, se convierta en un tema de interés común tanto para demócratas como para republicanos en la agenda política.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

 

Consultor y profesor universitario

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